miércoles, 26 de noviembre de 2014

Capítulo 4



CAPÍTULO 4

LEZZLIE
Una voz

Máximo acaba de marcharse.
No me quedó muy claro a que vino, pero me alegro de que lo hiciera. Pienso en el abrazo que compartimos cuando le confesé la razón de mi llanto y me avergüenzo de solo recordarlo.
No quiero quedarme sola en la habitación, no para sumirme en los recuerdos y el dolor.
Estoy a punto de abrir la puerta cuándo oigo voces.
Acerco el oído a la madera.
¿De visita? —La voz me hes desconocida.
¿Sabes? Me encantaría quedarme a charlar sobre eso, pero no puedo. —Es Máximo—No te le acerques. —Avisa con frialdad.
En Feuer, ¿estarás en casa? —pregunta la otra persona. Noto cierta preocupación en su voz.
Me pregunto con quién habla Máximo. Deduzco que es un hombre por el tono de voz, y
mayor.
No lo sé; no creo tener ganas.
Silencio.
Oigo pasos que se acercan y pasos que se alejan.
Repaso las palabras «No te le acerques» en mi cabeza. ¿Hablaba Máximo de mí?
Presiono el oído contra la puerta, intentando averiguar que sucede. Siento una respiración, es del hombre desconocido. Me aparto, con el corazón acelerado. Me llevo la mano al pecho y la cierro con fuerza en torno al amuleto que llevo colgado.
No es más que una vieja llave, pero es lo único que guardo de mi hogar. Lo único que me queda. El único recuerdo.
Avanzo hacia la puerta y paso el seguro.
Del otro lado el hombre se ríe al escuchar la fina cadena deslizarse sobre la tranca.
Eso no te mantendrá alejada da mi. Lo sabes, ¿no?
No respondo.
Espero varios minutos, que a mi parecer son eternos, antes de salir.
Cierro la puerta y me quedo en el pasillo observando el dorado número que identifica la habitación. 802.
Doblo a la derecha en el corredor, continúo sin saber que busco.
Por el rabillo del ojo, diviso una figura que se acerca corriendo, sin embargo no reacciono a tiempo de apartarme y ambas caemos al piso.
Lo siento, —se disculpa— ven, te ayudo.
Me ofrece la mano, vacilando pero finalmente la tomo y me levanto. Me da miedo quedarme aquí, con ella, dando a conocer mi presencia.
No...no pasa nada. Estoy bien.
Retrocedo por el pasillo que venía, intentado alejarme.
Soy Ariel. —Comenta ella.
Veo más gente circulando rápidamente por el barco, todos corren de un lado a otro y llevan cosas consigo. Mochilas, bolsos, cajas.
¿Qué está pasando? —Desvío la conversación.
¿No lo sabes? —Niego con la cabeza. —Vamos a atracar. Todos recogen sus cosas para volver a sus hogares.
La idea de volver a mi hogar me pone triste, no lo tengo. No obstante me alegro de esta gente que si lo tiene, y que quizás en ellos les esperan sus familiares.
Me llamo Ariel. —La chica me aparta de mis pensamientos repitiendo su nombre.
¡Ariel! —Grita un hombre de algún lugar no muy lejos.
¡Por aquí! —Responde ella.
El hombre, que, al final no es tan hombre, sino un joven, aparece por la esquina y viene hacia nosotras. No se que decir, ni que hacer. Tan solo me quedo parada. Inmóvil.
No sé como actuar frente a éstas personas; Máximo dijo que me mantuviera alejada de extraños mientras pudiera.
Ya estamos en el puerto. —Avisa— Y... ¿quién es ella?
Lezzlie, pero prefiero Lezz. —Sin otra escapatoria, me presento.
—Él es Aaron.
Bien Lezz, pues nos vamos. —Dice.
Me doy cuenta de que me ha incluido en ese “nos”.
Ah no, no, no.
Anda, —la voz de Ariel muestra una minúscula suplica— necesitas ayuda. Además, no se de dónde eres, pero de aquí no.
Aaron no ve lo que Ariel si.
¿A qué te refieres?
Ella menea la cabeza.
Vámonos.
Pasamos por mi habitación y recojo lo poco que tengo. No preciso ni cajas, ni mochila.
Solo me quedo con la ropa que llevaba el día del ataque. Mis jeans azules, mi musculosa blanca, mis converse, la campera de cuero marrón y mi colgante.
Ariel me señala.
¿Lo ves? —Se dirige a Aaron— A eso me refería, no llevas nada. —Señala mi pequeño bolso.
Da igual, vamos... —Me detengo—...eh...chicos, procuremos pasar desapercibidos.
Aaron me mira con el ceño fruncido, pero Ariel entiende a que me refiero.
Asiente.
Por detrás.
Llegamos a una puerta en la proa. Arriba el letrero indica que es la salida de emergencia.
¿Por qué tengo la sensación de que te ocultas de alguien? —Aaron empuja la puerta y desciende por las escaleras sin darme oportunidad de responder.
Mi turno.
Doy un paso, pero Ariel me coge del brazo.
Toma, póntela. —Miro lo que me entrega.
¿Pero no me dejará en evidencia?
No. Aquí es bastante común ver gente vestida así. Anda.
La tomo y sigo al chico, preguntándome por qué es común ocultar tu identidad.
Bajamos dos pisos y salimos al exterior. Quedo maravillada ante lo que veo.
La gente esta en todas partes. Se mueven de aquí para allá, cargando sus cosas.
Debemos llegar al centro de Forp, el pueblo. Andaremos por entre la gente un largo rato.
Miro el movimiento que nos rodea, no será sencillo, pero llegaremos.
Toma esto, —Ariel me entrega uno de sus bolsos— disimulará.
Gracias. —No consigo comprender aún por qué está ayudándome, pero por el momento decido confiar en ella.
Mira, nunca hemos hecho esto. —Aaron sonríe. —Somos algo así como...chicos buenos. Respetamos las reglas. — Me siento culpable de obligarlos a que hagan algo así por mí, alguien a quien acaban de conocer. Ariel le propina un disimulado golpe.— Pero será divertido.
No quiero complicarlos, puedo seguir sola.
¡Que va! ¿Y perdernos de tanta emoción? —Enmarco una ceja. —¿Una chica guapa y desconcertada huyendo de quién sabe qué, y yo fuera del espectáculo? ¡Vamos contigo mojarrita!
Me río.
¿Mojarrita? —El me guiña el ojo.
Iremos detrás de ti, no cerca, pero tampoco demasiado lejos. —Me avisa Ariel.
Asiento.
Debería tener miedo, miedo a estar expuesta ante tanta gente que pueda reconocerme; gente que puede llevarme con los prisioneros de mi aldea, a Evalla. Pero en verdad no logro sentirlo.
La lluvia cae fría en mi hombros, recuerdo que llovía cuándo salimos fuera, pero no me había percatado de ello.
Estiro el brazo en el aire y coloco la palma de mi mano hacia arriba. Siempre me gustó la lluvia.
La mayoría de las personas piensan en ella como un fenómeno natural malo y depresivo; uno que, por ejemplo, les arruina el día.
Por mi parte, me gusta.
Pasaba las tardes escuchando el ritmo del repicoteo de las gotas, y cantando. La lluvia solía inspirarme a crear, a disfrutar, a sonreír; y, más allá de eso, como maestra agua, me reforzaba en energía.
Reprimo las lágrimas, hay tantos recuerdos que no quiero abandonar...
Suspiro.
Bien, vamos allá. —Digo, y emprendemos la caminata bajo la fría lluvia.

Hacía ya varios minutos que estábamos avanzando cuando levanto la cabeza y miro más allá, la gente se amontona aún más y los espacios para caminar están más reducidos.
Circular entre ellos venía siendo fácil y rápido, pero ahora tendremos trabas.
Nos quedaremos en la hostelería del Almirante Jack.
¿Almirante Jack?
Un viejo lobo de mar.
¿No tienen un lugar a donde ir, como toda esta gente? —Miro a mi al rededor.
Bajan la mirada avergonzados.
Comprendo al instante, ninguno tiene un hogar, solo se tienen el uno al otro.
Oh, lo siento. Bueno, pues supongo que compartimos el mismo dolor.
Sonríen.
Mojarrita, es imprescindible que no destaques ahora. Actúa normal.
¿Qué acción anormal esperas? —Finalmente le dejo llamarme así.
No lo sé, bailar bajo la lluvia, tal vez.
Lo cierto es que dio en el palo.
Aaron, tu no puedes hablar de eso, te he visto cantarle al suelo. —Me defiende Ariel.
No lo entiendo por completo.
Soy maestro tierra. —Explica— ¿De qué aldea eres tu?
Me quedo helada, sin saber que responder.
La única palabra que viene a mi mente es el nombre de mi aldea, Cavall. Pero no puedo contárselo.
Desvío la mirada, no me siento bien ocultándole cosas a Ariel y Aaron, a pesar de recién conocerlos, ellos me están ayudando sin nada a cambio y, si hay alguien que merece mi confianza son ellos.
Entonces lo veo.
¡Diablos!
¿Cómo puede ser?
¿Qué sucede? —preguntan al unisono. Siguiendo mi mirada.
Nada...
Me observan y luego a la gente que tengo delante.
El terror me invade por completo. Es él, es uno de ellos. Varios metros delante nuestro se sitúa uno de los hombres que irrumpieron en mi casa. El hombre que me arrebato a mi hermana está a tan solo metros; una gran cicatriz recorre todo el lado derecho de su cara, desde el ojo hasta la comisura de los labios. No podría confundirla jamás, fue lo último que vi en aquel momento. Esa marca permanece grabada en mi cabeza aún, y por las noches perturba mis sueños, provocándome pesadillas.
¿Lezzlie?
Los músculos se me contraen al recordar los cálidos ojos de mi hermana inundados de temor.
Corro.
No miro atrás.
Él corazón me late rápidamente, y los nervios me invaden.
Me precipito entre la gente aventando golpes.
¡Ey!
El cuerpo me pide que siga, y le obedezco.
Supongo que esto no es “actuar normal”, no creo que aporte en no destacar. Aún así, no me detengo.
Empujo al que se encuentre en mi camino, y lo siento por ellos, de verdad. Al principio me disculpo, pero luego dejo de hacerlo.
Por primera vez desde que dejé mi hogar, olvido la agonía, la nostalgia, la soledad, la culpa, las preocupaciones; ya no queda nada, el temor a aquel hombre desaparece.
Mi mente está en blanco. Solo siento el viento en mi cara, la lluvia fría y el calor recorriéndome el cuerpo como si fuera fuego.
Llego al centro del pueblo, me detengo. Busco a mi al rededores personas que me sigan pero
no las encuentro. Observo la plaza. Los árboles son altísimos, y las hermosas hojas verdes cubren el cielo gris.
Ariel y Aaron no tardan en encontrarme.
¡Mojarrita! Se suponía que no destacarías. —Se ríe entre jadeos— Pero valla manera de no hacerlo.
Nos asustaste, creímos que huías de alguien.
A decir vedad, no tengo idea de quién debo protegerme. —Hago una pausa— No reconozco a las personas de las que me hablaron. —No es mentira, pero tampoco es totalmente cierto.
Aaron se coloca a mi lado y señala un sector del camino.
Allá, en el estrado. Ése es Kassaik, mantente lejos de él mientras sea posible. Todo corre peligro cerca de él.
Vale.
Bien, ahora ya conoces a uno. —Exclama sin mucho ánimo.
Caminamos el resto del camino hacia la hostelería sin decir palabra. Supongo que cada uno tiene pensamientos en los que sumirse.
Mi mente llama los recuerdos de mi antigua vida, y ellos despiertan como buenos obedientes.
Veo a mi padre moviéndose de aquí para allá, saltando, girando, y haciendo macacadas, mientras me enseña a manejar mi elemento en el patio.
Mi madre sale por la puerta, con mi hermana en brazos. Karoline tiene tan solo un año...El sutil codazo de Ariel me arrastra devuelta al mundo real.
Frente a nosotros hay una casa antigua de dos pisos. La puerta es alta, en el centro se
encuentra una ancla, sirviendo de golpeador. Cuelga de ella el letrero con el nombre “Almirante Jack” y debajo de éste hay una oración.
—“Tienda la cama”—lee Aaron— ¿Es enserio?
En ese instante el pórtico se abre y sale un señor -ya mayor- vestido con tirantes y sombrero, fumando de una pipa.
Si. Es enserio. —Responde.
Sonrío.
Buscamos alojo. Por... —no se cuánto tiempo necesitamos permanecer allí, así que dejo la frase sin terminar.
¡Ariel, Aaron! ¿Cómo están? ¿Ha llegado ya el Silánoe?
Al parecer ya se conocían, me aparto de la conversación.
¡Adentro, que os estáis mojando!
El hogar esta adornado de forma muy sutil y delicado. Con majestuosos cuadros colgados en las paredes, y floreros en cada esquina. El olor a antigüedad se siente en el ambiente no obstante, el olor a mar lo supera.
Una gran mesa ocupa el centro de la sala, la rodean ocho sillas de respaldo alto, con estampado de monedas de oro y pintura plateada. Detrás, está la cocina. Un mujer viene de allí y nos saluda a todos.
Ariel y Aaron deben de hospedarse aquí muy seguido ya que éstas amables personas los tratan como si se conociesen de toda la vida.
No obstante, no tardo en descubrir que se debe, la mayoría, a su personalidad. Puesto que no tardan en recibirme de igual forma.
Nos asignan las habitaciones, tres.
La cena estará en dos horas. Podéis subir y acomodaros. Los llamaremos para cuando esté lista.
Asentimos y damos las gracias.
Estoy empapada, y me apetece un baño. —Me excuso.
Los chicos se quedan unos minutos más abajo, charlando con los anfitriones; mientras yo subo a mi habitación.
El pasillo es largo, y lleva a muchas habitaciones, miro mi número. 23.
Entro y dejo mi bolsa sobre la cama, la de Ariel la he dejado abajo, junto con las demás.
Me doy una rápida ducha. Quisiera permanecer más tiempo allí, pero tengo algo que hacer.
Decido vestirme con mi ropa de casa. Vuelvo a colgarme mi amuleto de llave. Me recojo el
pelo en un moño desprolijo y me concentro.
Mis clases de entrenamiento se dividían en sectores. La señorita Loren nos enseñaba arte de defensa, el profesor Clityon era el encargado de las artes estratégicas y la señora Bork de las artes que restaban. Dos días antes del ataque a la aldea, el entrenamiento con Clityon se centraba en enviar mensajes a distancia.
Imaginen un papel, una nota” ordenó.
Eso hago y, para mi sorpresa no tarda en proyectarse una frente a mí.
Ahora el mensaje. Resoplo.
Esto será difícil. —Pienso en voz alta y por un instante albergo la terrorífica sensación de escuchar aquella desconocida voz del barco responderme.
Vuelvo a concentrarme y pruebo con palabras cortas: “Almirante Jack”
Realizo un leve movimiento de muñeca como Clityon enseñaba y las palabras se vuelven reales. Azules como el mar, flotan delante de mí. Con un parpadeo ambas manifestaciones se unen y desaparecen, comenzando su recorrido.
No es lo que pensaba, pero servirá.
Finalmente me lanzo a la cama, con la esperanza de haber hecho bien la nota.
Me pregunto que será de mi ahora.
No es que no me agrade, el ambiente huele a mar y hay notable decoración marina; me recuerda a mi hogar. El lugar es confortable, pero no quiero quedarme aquí, en el Admirante Jack por siempre.
No es la vida que planeé para mi. No es lo que quiero.
Cedo ante el cansancio y me duermo.
Media hora después, despierto sobresaltada, alguien me sacude por el hombro.
Despierta.
¿Hum? —balbuceo, aún no logro articular palabras. Lo intento otra vez— ¿qué sucede? —Pregunto esta vez.
Tienes visitas.
¿Visitas?
Salto de la cama.

************************************************************************************
La llave de Lezzlie:

domingo, 23 de noviembre de 2014

Capítulo 3



CAPÍTULO 3
MÁXIMO
Documentos

Mr. Huker explica como surgieron las gloriosas naciones que dividieron Saiah.
Es la clase de historia, y el profesor tiene tendencia a hacerla aburrida de por si. Es fácil distraerme, y yo solo pienso en el mediodía. Trazo unas líneas en la esquina superior de la hoja, y soy consiente de que representan. Es un boceto del Shen.
Levanto la mirada e intento concentrarme en la voz de Mr. Huker.
Es una historia que ya he escuchado tantas veces, que hasta creo saberla de memoria.
Se trata de un reino que vivía en paz, gobernado por el Consejo Primero. Éste, estaba formado por trece personas.
El presidente del Consejo, quien tenía reuniones con sus cuatro ministros -maestro fuego, maestro tierra, maestro agua y maestro aire- con el fin de discutir las leyes que acataría la sociedad, y las acciones que debía tomar Saiah como reino.
Cada ministro coordinaba, a su vez, con sus dos compañeros del mismo elemento; quienes representaban al pueblo.
Básicamente, el Consejo Primero funcionaba como cadena. Partiendo desde el pueblo, que se comunicaba con los compañeros de los ministros, hasta llegar al presidente del Consejo que se comunica con sus cuatro ministros.
Continúo con el dibujo, y coloco el símbolo Key en un hombro. Mi hombro.
Los nervios me incomodan, y aún no se la razón de su presencia.
A pesar de la paz con la que se gobernaba Saiah, la sociedad estaba en desacuerdo con la forma de implementarla. La revolución tuvo los inicios en las lejanías del país. Dónde la gente vivía en pobreza, y nada favorecidos por el gobierno. Allí su opinión era irrelevante, y debían sobrevivir como podían, bajo el Consejo Primero. —Mr. Huker era un hombre alto, de cuerpo esbelto, pero su expresión podía llegar a paralizarte si se lo proponía. En aquellos momentos, se interrumpió para llamarme la atención. —Señor Weasley, ¿quiere usted dar la clase? —Permanezco en silencio, sin tener bien en claro que responder.— Bien, pues entonces hágame el favor de prestar atención.
Se aclara la garganta y continúa. Intento no distraerme, o al menos fingir no hacerlo.
Como venía diciendo, la población de las lejanías estaba en desacuerdo con el gobierno, y comenzaron a reunirse entre ellos. Las ideas se reforzaron, y en pocos años, existían grupos de rebeldes en el reino.
Por supuesto, aún había gente fiel al gobierno, y las luchas de ideales no tardaron en surgir.
El caso es que los rebeldes aumentaban de número, y al Consejo Primero, la situación se les iba de las manos. Pronto les resultó imposible controlarlo todo, y la revolución tuvo comienzo.
Todos diréis que fueron hechos y acciones correctas, pero lo cierto, es que si bien los argumentos eran... —Mr. Huker lo pensó un instante—...buenos, la forma de llevar a cabo los cambios no fue la mejor. Saiah entero entró en guerra, y por lo tanto también en crisis.
Se creó la Asociación de Rebeldes y combatían día a día contra las fuerzas del gobierno, utilizando la magia. Todos sabemos que la magia no es un arma, y que en Saiah, es parte fundamental de la educación aprenderlo.
Las calles ya no eran seguras, y el número de desapariciones iba en aumento. Los rebeldes arrestaban a las personas que defendían al Consejo. Mataban sin ton ni son. Estaban desacatados, cualquier razonamiento lógico que se les planteaba, no lo seguían. — Resoplo. Me pregunto cuanto seguirá con esta farsa— Eran salvajes. — Me río. Lo que faltaba.
El timbre de salida toca, y me levanto del asiento sonriendo irónicamente. Al final, resulta
que eran salvajes. Claro.
Mr. Huker me agarra del brazo.
Espero que en la próxima clase no este tan distraído, alumno.
Asiento y me marcho.

Aún no asimilo la idea de que nos enseñen eso en las clases. ¿Acusarlos de desapariciones? ¿Llamarlos “salvajes”?
Me sorprendía la facilidad con la que se cambiaban los roles en la historia.
Miro el reloj de muñeca que llevo, un cuarto de hora de las once.
Me dirijo al sector de los camarotes con cautela.
Con suerte ha salido en uno de sus viajes matutinos, y la encuentro.
Ir hacia su habitación es demasiado arriesgado, así que decido circular cerca de allí, por si llega a salir.
Pasado otro cuarto de hora, ya no soportó más. Hace ya bastante camino de un lado a otro sin cesar.
Avanzo dos pasillos hasta quedar enfrentado a su habitación.
De la puerta cuelga el número del camarote. 802.
Dudo varios segundo antes de llamar.
Respiro hondo, y se abre la puerta. Aparece su rostro detrás de la tranca. Vuelve a cerrarla y oigo el sonido de la cadena deslizarse.
Abre.
Ninguno de los dos habla, y el silencio de pronto me pone incómodo.
Observo en su rostro los ojos hinchados, y sé que estuvo llorando.
No me has dicho tu nombre. —Digo las palabras sin pensarlas.
Sonríe.
Eso es porque no me lo has preguntado.
Esta vez si pienso antes de hablar.
Bueno, pues ¿cuál es tu nombre?
¿A que has venido? —Pregunta a la vez.
Permanezco callado. ¿A qué vine?
No lo sé. —Digo la verdad.
Me mira con expresión confusa.
No tolero el silencio, me pone nervioso.
¿Has estado llorando?
Si, —desvía la mirada y hace una breve pausa, pensando si confesarme la razón o no. Se lleva una mano al pecho, buscando algo que no encontró.Finalmente, vuelve los ojos a mi y decide contármelo— he soñado con mi familia. Estaban tan...felices, y de pronto los hechos cambiaron. —Baja la cabeza, intuyó que las lágrimas amenazan con salir— Oí el disparo, el que mató a mi padre. Los rostros de mi madre y hermana eran el reflejo de la tristeza y el dolor. Parecía real. Yo... —duda—... los extraño muchísimo.
Una lágrima baja por su rostro.
No llores. —Sin darme cuenta, mis brazos la rodean con un abrazo tranquilizador.— Todo va a estar bien.
Me explica que Mme. Rosaire estuvo allí para acompañarla cuando despertó, y lo buena que es ella.
Unos minutos después me marcho hacia el salón nuevamente, a recoger las cosas, y me doy cuenta de que no respondió una pregunta.
¿Cuál es tu nombre?
Considero la opción de volver y preguntarle, pero la descarto. Ya nos veremos al mediodía, y tendrá que responderme.
Hola Máximo.
Suspiro.
¿De visita?
Ignoro la pregunta.
Me giro y le veo la cara. Una sonrisa triunfal esta plasmada en ella.
Me pregunto si me vio en la habitación.
¿Sabes? Me encantaría quedarme a charlar sobre eso, pero no puedo. —Zanjo la conversación. Pienso un segundo y agrego: —No te le acerques.
En Feuer, ¿estarás en casa? —ignora la advertencia.
Frunzo el ceño. ¿Qué es esto?
No lo sé —levanto los hombros— no creo tener ganas.
Ah.
Doy media vuelta, compruebo la dirección a la que se dirige y me voy.
Una misma interrogante da vueltas por mi cabeza: ¿Es un juego, o está extrañándome?
La aparto y me continúo el camino.
Me doy cuenta de que sigo nervioso. Llevo los puños apretados, y el fuego está a punto de
salir.
Charles pasa corriendo a mi lado.
¡Vamos a atracar! —grita.
Miro mi reloj, aún faltan diez minutos para el mediodía.
Salgo corriendo al salón en busca de mis cosas.
No hay nadie más allí, solo queda mi mochila.
La tomo apurado y salgo a las carreras hacia la habitación 054, mi habitación.
No tengo más que papeles y libros, algunas fotos, y allí, abajo de la cama esta la caja.
Guardo todo en la mochila y me voy.
11:57.
Soy consiente de que no podré reunirme con ella antes de bajar en el puerto, incluso allí será difícil.
Espero que, al menos, cuente con la ayuda de Mme. Rosaire. Es demasiado peligrosos para ella, rodeada de tanta gente y sin saber bien a dónde y cómo dirigirse.
Los guardias vigilarán la zonas y todos los rincones.
Kassaik está al asecho, a la espera de la mejor oportunidad para tener un encuentro con ella -si no lo tuvo ya- y no creo que deje pasar la ocasión. Probablemente ya halla alertado a sus guardias que la búsquen.
Me preocupa su seguridad.
De repente me siento culpable de no haberla precavido y de no poder estar allí, para protegerla.
Dudo unos segundos si la razón de querer estar con ella es por mi, para no sentirme culpable y nervioso; o si lo es por ella, por su seguridad.
Me veo pensándola, mientras los nervios me inundan el cuerpo.
De camino, me cruzo con Charles.
¿Noticias? —pregunto.
Ya solicitaron permiso para atracar en el puerto de Forp. —realiza una pausa— Accedieron, aunque...—sonríe irónicamente—...¿quién nos lo negaría?
Ambos reímos.
Charles es mi amigo desde pequeños.
Su pelo rubio le cae sobre los ojos, esos ojos azules que le dan un aspecto perfecto. Su figura marcada por la ejercitación, contribuye también.
Es el tipo de chico al que todas quieren.
Es el tipo de amigo que todos necesitamos, ese que comprende todo de ti.
Pasados unos minutos, un guardia nos informa que debemos abandonar el Silánoe.
Salimos juntos al exterior, su compañía me ayuda a despejarme; no obstante no me olvido de mis preocupaciones, y me pillo al segundo buscándola con la mirada.
Las gotas frías comienzan de a poco. Miro el cielo encapotado. Pronto llegará la tormenta.
Me río de mis pensamientos y la ironía de la vida.
Pronto llegará la tormenta”
Repaso esa línea una y otra vez.

Todos se encaminan hacia sus hogares, el gentío es impresionante. Las personas se amontonan, resultando imposible circular. Los empujones y los golpes son difíciles de evitar. La lentitud con la que se avanza es mucha.
Por primera pienso en la cantidad de gente que estuvo a bordo del Silánoe.
Y eran aún más. Antes del ataque a Cavall.
Me pregunto si estaba programado solo para una aldea, y si sólo se ejerció en ella o hubieron más.
Sé que Kassaik y el Consejo Duodécimo tienen planeado más ataques como ese, todos dirigidos a aldeas dónde se sospecha, se ocultan maestros aires.
Vuelvo a hacerme la pregunta que navega en mi mente desde pequeño.
¿Por qué Meith? ¿Por qué los maestros aires?
Sea cual sea la respuesta, debe de ser muy poderosa. Feuer y Evalla luchan por extinguirla desde siglos; y, a pesar de los intentos, de la desaparición de Meith, y de los recientes reclutamientos para entrenamiento -en el diccionario de Kassaik y su Consejo eso se define como asesinato- no creo que pueda destruirse por completo. Los maestros aires tienen una fuerza impresionante.
El sobrevivir aún siendo castigados a hacerlo de la peor forma, permanecer vivos aún estando separados de sus iguales; aún solos, sin familia.
No se dejarán vencer ante las naciones de Evalla y Feuer.
Levanto la cabeza y miro por encima de las cabezas, quedan al menos quinientos metros para llegar al pueblo. Busco a la joven.
Tardo unos segundo en entender que no esta allí. Con ayuda o sin ayuda, no debió de haberse mezclado entre la multitud.
Miro a los lados, los guardias están en todas partes, atentos.
Espero que no esté aquí.
A mi derecha, a unos cuantos metros de distancia hay un estrado, dónde Kassaik dará el anuncio de las noticias sobre el “reclutamiento”. No quiero escuchar eso.
Kassaik se encuentra allí, hablando con uno de los Agentes de Ox.
Pienso en la magia negra que manejas los agentes, y me dan ganas de vomitar. Ellos son los verdaderos salvajes.
Ellos incrementan su poder, a partir de la energía vital de otros, para ser superiores.
A los Agentes de Ox, se los respeta si quieres seguir con vida.
Aunque, claro, para el pueblo de Feuer, no son más que los agentes que mantienen informados al gobierno.

Alguien me empuja y estoy a punto de caerme. Observo a mis alrededores, buscando al responsable.
Va vestido de negro, completamente.
¡Ey! —Lo acuso.
Acelera el paso, evitándome. Rebasa a varias personas, y lo último que veo de el son sus capa y capucha negra.
Giro los ojos.
El agua salpica los adoquines, y los niños a mi lado chapotean en los charcos, felices de ver a sus padres nuevamente.
Pienso en ello, y no puedo evitar compararlo con la cantidad de familias separadas y destruidas que quedaron detrás del ataque.
Los niños que quedaron solos, sin padres. O los padres que quedaron solos, sin hijos. Las muertes.
Recuerdo las cenizas que Mme. Rosaire me mostró en los registros del Consejo.
Los ejércitos de la Nación del Fuego y la Nación Tierra, dejaron allí un claro mensaje:
«Aquí estuvimos Feuer y Evalla. Observad.»
Vuelvo la vista atrás, al estrado. La gente ya se coloca al rededor para oír el discurso. Para oír la sarta de mentiras que quieren escuchar, las palabras que los dejarán felices.
Así el gobierno podrá controlarlos.
Mientras en tantas otras aldeas, como Cavall, la gente sufre. La gente morirá y se perderá en el dolor y agonía.
Me dan asco. Todos.
Kassaik, su Consejo de manipuladores, la mafia de los Agentes de Ox, y el pueblo; por dejarse engañar con palabras lindas, que ocultan grandes maldades.

***********************************************************************************

¿Qué les parece?

viernes, 21 de noviembre de 2014

Capítulo 2


A pedido de Camila Castex.... :)

CAPÍTULO 2
LEZZLIE
Pesadillas reales

Me levanto en la mañana en una habitación desconocida.
Me siento mareada, y empiezo a recordar que ayer no fue un día normal.
Recuerdo disparos y gritos en el exterior.
Me tapo los oídos, como si eso pudiera evitar que halla pasado.
Aprieto los ojos con fuerza.
Estoy en mi casa, en el primer piso oigo golpes. Muebles que se quiebran y gritos, gritos que empiezo a reconocer.
Bajo corriendo las escaleras, y la veo.
Mi hermana.
Un hombre alto y fuerte la arrastra hacia fuera. Va armado.
Mi madre grita e intenta ir a por ella, pero es imposible. Dos hombres mas la sujetan.
Empiezo a gritar.
¿¡Qué hacen!? Suéltenla. ¡Dejadla!
Corro hacia ella.
Sin embargo no logró avanzar mucho, una mano fuerte me coge del brazo y me impide llegar hasta Karoline.
Mi hermana menor es arrastrada, veo sus ojos celestes hinchados. Su rostro marcado por el llanto.
Es tan solo una niña.
Me agito desesperadamente. Tengo que ayudarla.
El rostro del hombre queda al descubierto y observo la gran cicatriz que recorre su perfil derecho, finalmente la puerta se cierra detrás de mi hermana, y ya no vuelvo a verla más.
Me escurro entre los grandes brazos del hombre que me sostiene y me lanzo hacia la puerta.
Unos de los tipos que sujetaban a mi madre me coge por la cintura fuertemente.
¡¡Suéltame!!
Solo oigo gritos.
Me pongo frenética y comienzo a gritar yo también.
Siento un disparo que me paraliza, y diviso una figura caer pesadamente al suelo.
Se me detiene el corazón. Mi padre. Es mi padre.
Mi madre grita.
Grito.
Las lágrimas caen por todo mi rostro. El hombre que me sujeta me hace daño; no me importa, ya no.
Siento el dolor en el pecho, se extiende hasta dejarme congelada. Mi padre.
Sin embargo, no dejo que la agonía me invada. Pronto esos sentimientos ya no existen, y estoy decidida a una cosa. Solo una.
Mi madre aún continua gritando. Yo no. Ya no lo hago.
Estiro un brazo y palmo el pecho del hombre que tengo detrás, ese hombre que me impidió ir en busca de mi hermana. Ese hombre que mató a mi padre.
Ese hombre que destruyó mi familia.
Soy consiente de que esto no es solo obra de él, pero es con quien desquito mi rabia, mi furia, mi dolor.
Lo miro, y dejo fluir el poder.
Lezz, no. —Mi madre suena tranquila. Normal. Pero no lo esta, perdió a su hija pequeña, y vio morir a su marido. Al padre de sus hijas. Al hombre que ama. —No lo hagas.
Lo siento. —Las lágrimas amenazan con volver a salir y las retengo.
Siento bajar la temperatura de mi mano. Se enfría cada segundo más y más.
No se nos enseña a utilizar la magia así, nos educan desde pequeños con un lema.
La magia es mejor herramienta si se utiliza con inteligencia. Se utiliza de forma pacífica. No como arma”
Nos enseñaron que atacar con magia es una falta de respeto y un acto de cobardía.
Sin embargo en este momento no me interesa la educación, ni el respeto, ni mi valentía.
Expulso el frío y pego la mano al cuello del hombre.
Me lo pienso mejor, no sé si quiero matar a alguien; aunque sea la persona que destruyó mi vida.
Recuerdo el frágil rostro de mi hermana riendo, y la imagen de ella siendo apartada de todos nosotros se me viene a la cabeza al instante.
Observo a mi padre, que yace en el suelo. Un mar de sangre lo rodea.
Utilizar la magia contra alguien puede ser un acto de cobardía; pero enfrentarse con gente desarmada y débil de esta forma, arrebatarle su familia y asesinar a sangre fría, sin siquiera ser por protección propia, no es un acto valiente, ni respetuoso.
Congelo su pecho.
El intenta apartarme la mano, pero es demasiado tarde. El frío ataca ya su interior, el hielo se deslizará por su cuerpo, y en pocos segundos dejará de respirar.
Me libera, incapaz de oxigenar su cuerpo.
Miro a mi madre. Se encuentra arrodillada, ya sin fuerzas.
Mueve la cabeza hacia los lados, y luego me indica la salida.
Su cara esta bañada de lágrimas, y no tardo en dejarlas fluir yo también. Comprendo lo que dice.
No podrá seguir después de esto.
Uno de los hombres que la sujetaban viene hacia mi.
Observo a mi madre desenfundar la daga de su cintura. Logra soltarse de un brazo y con un fugas movimiento la lanza a la espalda del invasor antes de que éste llegue a mi.
Éste abre mucho los ojos, y cae de rodillas al piso, con la boca abierta. Retiro la mirada, con nauseas.
Miro a mi madre una vez más, y oigo sus voz por última vez, diciendo solo dos palabras.
Te amo.
Corro.
Salgo por la puerta y corro hacia el exterior.
Escucho un grito proveniente de mi antigua casa, y cierro los ojos.
Yo también. —Murmuro.
Estoy sola. Esta gente me ha arrebatado a mi hermana, han matado a mi padre y a mi madre; ya no me queda nada más que amigos. Sin embargo, no es suficiente.
Miro a mi alrededor, todos aquí sufren lo mismo. Ven morir a sus familiares, o los ven alejarse de sus vidas, para siempre.
Gente sufriendo, muriendo.
Y lo sé.
Simplemente lo siento, esto debe acabar. Mi madre era una guerrera y una persona sabia, conocía muy bien las cualidades de los Elementistas, aquellas personas que tienen un extenso control sobre su elemento, y siempre me dijo que sería uno de ellos, que tenía una capacidad de poder mayor que los demás; que poseía un don que pocos tenían. No obstante, siempre creí que sólo lo decía para darme ánimos.
Ahora lo siento, el poder dentro de mí. Respiro hondo, y expulso el fresco aire.
Miro la aldea, mi aldea. Esa aldea en la que crecí desde pequeña, donde viví con mi familia feliz, juntos. Donde conocí amigos. La aldea primaveral y hermosa a la que llamo hogar.
Dejo que los buenos recuerdos inunden mi mente, y lo hago.
El poder resulta fácil de no controlar, con tanto dolor, soledad, nostalgia, furia, rabia y odio. Solo fluye a partir de mi, y dejo que se expanda, por todo Cavall.
Primero una onda de aire helado se dispersa por el lugar, a tal velocidad que debería resultar imposible respirar. Una tras otra. Cuatro, cuento cuatro.
Luego, todo queda congelado, y el frío es extremo.
Pierdo el equilibrio, y me desmayo.

Abro los ojos.
Palmo mi cara, las lágrimas recorren su camino por ella como un río por su cauce.
Recordar se siente como si estuviera sucediendo ahora. Creo sentir la voz de mi madre diciéndome que me ama, una vez más.
Cierro los ojos con fuerza y otras dos lágrimas se deslizan.

Hmm... —me doy vuelta en un segundo y veo el rostro de una bella pero ya mayor mujer. Es fornida y petisa. Va vestida con un amplio vestido carmesí. —querida, lo siento. Has pasado por mucho.
Me pregunto si me conocerá, y de repente caigo en unas cuantas cosas.
No soy consiente de cuanto tiempo estuve aquí, tal vez no fue ayer. Pudieron haber pasado días, o meses, mientras me encontraba aquí. Y ¿dónde es “aquí” ?
La mujer debe de notar mi confusión.
Sé que tiene muchas cosas por saber, y debes de tener muchas dudas. Pero es necesario que veas algo. —Me seco la cara y la observo. —Nadie aquí te enseñaría esto, es confidencial, ¿me entiendes? Pero tienes el derecho a saberlo. ¡Todos lo tienen! —suspira.— Pero aquí las cosas son distintas ¿sabes?
Hace una pausa para respirar y continua.
Muy distintas. —Mira las hojas y papeles que lleva en la mano y vuelve a hablar. —¡Oh! Toma.
Me entrega una serie de documentos completamente llenos de números. No comprendo bien que es esto. Paso las hojas de a una, y empiezo a encontrarle sentido.
Al parecer son los registro de algo. —deduzco.
Así es.
Los números son muy grandes. Billones.
Llego a la página 7 y leo en voz alta:
Población extraída de aldea Cavall. Cinco mil cuatrocientos nueve millones. Maestros aires.
Niños: Un cuarto del total. Jóvenes: el cuarenta y cinco por ciento. Adultos: treinta por ciento restante. Todos extraídos de forma correcta.
Miro a la mujer.
Lo siento.
Gra...gracias. —Balbuceo.
Continuo leyendo y más abajo encuentro una línea que me resulta intrigante.
...Presencia de un suceso extraño no percibido en otras ocasiones. Cuatro olas de aire a 120km/h. Asfixia de soldados. Congelamiento parcial de la aldea. Gran número de soldados del ejército Feuer caen por enfriamiento interior, y aproximadamente el doble por asfixia. Se desconoce el origen del suceso. Extraño hecho provoca una baja en los ejércitos y éstos se ven obligados a retirarse...
Sonrío.
Muy arriesgado y peligroso, pero valiente, eso si.
Tenía mis razones. —me defiendo.
Lo sé. Tu y yo vamos a llevarnos bien. —No comprendo del todo porque lo comenta. Pero lo dejo pasar.
Sigo observando los papeles, y encuentro fotos. Las paso de igual forma que los registros. Una por una. Se trata de los destrozos y pedazos que quedaron de la aldea. Para esta gente, es una señal de triunfo.
Yo, por mi parte no puedo evitar asociar cada lugar que veo en ellas con recuerdos que aún viven en mi. Recuerdos que siempre guardaré, como mi hogar.
Veo en una de las imágenes la zona donde se encontraba mi casa. Todo esta quemado, solo quedan cenizas. Recuerdo el rostro de mi madre, su voz. Mi padre, su cadáver, la sangre. Mi hermana, sus lágrimas.
Siento una puntada en el pecho, que me oprime el corazón, solo quiero llorar. Dejar salir el dolor que me agobia.
Le tiendo las fotos y cierro los ojos.
Muy amable...gracias señora.
Mma. Rosaire querida, —me mira tristemente—Rosaire nada más. Claro, si quieres. No es obligación, obviamente. Ya sabes, como tu quier...
Comprendo Rosaire.— la interrumpo antes de que continué largando palabras sin realizar las pausas necesarias.
Ya. —Sonríe.
Da media vuelta para retirarse.
Cariño... —la observo, entre lágrimas— no estas sola.
Asiento.
Se marcha y se lleva con sigo la información que acababa de proporcionarme; y me doy cuenta que olvide consultar donde estoy.
Sin embargo creo saber donde me encuentro.
Me pregunto de que debió ser de mi luego de caer inconsciente, y no hay mucha variedad de respuestas posibles.
Me quedo sola en la habitación, con el dolor en el pecho y las imágenes de las cenizas de mi hogar en la mente. Con la agonía y la nostalgia, la añoranza y la soledad abrazándome.
Abro la puerta y salgo andando por un pasillo, sin detenerme a observar nada. Solo quiero huir.
Dejar el peso que cargo en el corazón atrás.
Corro.
No se hacia dónde voy, pero lejos de este dolor es a donde quiero llegar.
Cuando era niña solía desaparecer con mi caballo por unas horas cuando me enfadaba, galopábamos por los campos. El correr siempre me ha ayudado a olvidar el presente, no sentir nada más que el aire en mi cara y la libertad.
Sin embargo no esta vez. En mi cabeza solo aparecen recuerdos de mi antigua vida.
Guerras de bolas de nieve con mi hermana. Cenas familiares, todos riendo. Peleas con mis padres. Salidas con Annabeth, mi amiga. El instituto, compañeros.
Risas.
Los rostros de mis seres queridos me inundan y el recordar que no volveré a verlos, recordar que son parte de mi pasado, me destruye.
Abro la primer puerta que encuentro y me desplomo dentro. Sin siquiera observar dónde estoy. No me importa nada aparte de desahogarme.
Abrazo mis rodillas, apoyo la cabeza en ellas y al final las dejo fluir. Algo que empieza a serme familiar. El llanto.


No tengo idea de cuanto tiempo he estado sentada aquí, pero aún sigo llorando.
Oigo pasos a mi espalda. No me volteo.
Controlo la respiración de ritmo agitado que traía, y aguardo a que la persona se valla.
Sin embargo una mano toca mi hombro y oigo hablar al hombre que tengo detrás.
La imagen de mi hermana siendo arrastrada fuera de mi casa y el tacto de una mano fuerte en mi brazo, deteniéndome, se cruzan por mi mente, y me estremezco.
¿Te encuentras bien? —Repite.
No respondo.
No voy a hacerte daño.
Me tranquilizo, aunque eso ya lo sabía. Si quisiera haberme dañado ya lo hubiera hecho.
La persona que tengo detrás no es ese hombre que me prohibió de movimiento y libertad
mientras veía a mi hogar destruirse y a mi familia desintegrarse.
Lo se.—contesto simplemente.
Lo digo por tu... —miro su mano con cierta desconfianza— reacción.
Pensé que te irías. Cualquiera lo hubiera hecho.— respondo, insignificante.
Solo deseo estar a solas.
Ya, pero es que este es mi lugar; y no soy cualquiera. Me llamo Máximo.
Recuerdo haber entrado sin saber en donde. Levanto la vista, al parecer es un taller, o algo así.
Lo siento, ya me voy.
Comienzo a levantarme y me dirijo a la puerta con pasos pesados. Me veo a mi realizando la misma acción en mi casa, huyendo de allí y dejando a mi madre sola. Enfrentándose con la muerte.
Nada de eso, ahora te quedas.
Lo miro extrañada. Me niego.
No, gracias. Prefiero marcharme a... —no se qué decir. ¿Mi habitación? No la tengo, ¿o sí? Opto por una respuesta no específica —...otro lugar.
¿A dónde?
Me lo pienso un segundo.
No sabes a donde ir, así que te quedas. —Dice antes de poder contestar.
Me enfado.
Solo quiero estar sola.—Respondo de mala gana.
El chico me toma del brazo, sin ejercer fuerza; y esta vez no lo confundo con aquel hombre.
Por primera vez le miro. Es alto, unos centímetros más alto que yo. El cabello es corto y castaño, bastante claro. Sus ojos son de un color que no había visto antes, verde y marrón juntos, mezclados con naranja; parecen tan vivos, que lo envidio solo por parecer feliz.
Se que es un sentimiento egoísta, y aparto la idea rápidamente.
Estoy a punto de reiterarle que en realidad deseo irme, cuando habla.
Creo que tienes varias dudas.
Asiento, ahora más curiosa.
Puedo responder algunas. Las necesarias.
Vacilo.
Sé lo que esta haciendo, pero aún así...
Me conduce a la puerta trasera del taller. Accedo finalmente.

Dentro todo esta oscuro.
Espera un segundo.—Me pide.
Avanza hacia el interior y enciende un interruptor.
No se muy bien si confiar en el, pero me quedo. Quiero respuestas, aún siendo ellas un soborno para quedarme.
La débil luz del centro de la habitación se enciende, y deja al descubierto una gran colección de objetos.
Las paredes están cubiertas de repisas, donde reposan libros de todos los tamaños y algunas fotos.
En la mesa del medio pequeños objetos se encuentran esparcidos.
Me acerco.
Un pequeño objeto llama mi atención.
Un espiral cian, un dije, brilla al llegarle la luz.
Lo tomo y cierro la mano en torno a el.
Representa tu elemento.
Lo miro.
Soy maestra agua. —informo al chico.
El asiente.
¿Cómo lo sabes?
No sabes esto, pero ya nos conocemos. —hace una pausa, respira hondo y vuelve a hablar. Como si le costara— Estas en el Silánoe, rumbo a Feuer.

***

Camino por los pasillos que recorrí hace ya algunas horas.
Las paredes de metal me dan la sensación de encierro, y de ellas no cuelgan cuadros ni adornos que puedan negarlo.
Cada cierta distancia, pequeños candelabros alumbran el camino. La luz de las velas no alcanza hasta la llegada de el otro candelabro, y, al pasar por las zonas de oscuridad entre uno y otro, un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Aún sigo creyendo estar prisionera de Evalla. Tengo la sensación de estar en un engaño, y pienso que en cualquier instante saldrá un soldado y se me llevará de aquí.
A pesar de que Máximo me explicó lo que necesitaba saber, me resulta difícil asimilarlo.
Mientras estuvimos dentro de taller, me contó que, en realidad, él me encontró inconsistente antes que los soldados.
Vio los catástrofes que realizaba el ejército, y me sacó de allí.
No pregunté porque lo hizo, solo agradecí su gesto. Tuve suerte, y gracias a el me encuentro
a salvo...o algo así.
Me trajo a bordo del Silánoe y me refugió en un camarote.
Me encontraba en un estado peligroso, según el; -aunque yo me sentía en el limbo, entre la muerte y la vida- y me dejó al cuidado de Mme. Rosaire. Debe de confiar mucho en ella, y no me sorprende, parece ser una excelente persona.
Cuando pregunté por el tiempo que pasé allí, pareció dudarlo. Pasado un minuto me
contestó.
Permanecí recostada en una cama durante 4 días.
No lo podía creer.
Finalmente me explicó que debo circular con cuidado por el barco, ya que Kassaik esta de
caza. Y yo soy su presa principal. No tengo idea de quién sea ese tal Kassaik, pero tampoco es que quiera conocerlo.
Me indicó el camino que lleva a la habitación donde permaneceré por el tiempo necesario y nos despedimos.
No obstante, no logro quitar de mi cabeza sus palabras:
«Kassaik está de caza, y tu eres su presa principal; pero por ahora puedes quedarte en la habitación. Hasta que te vallas.»
¿Que me valla? ¿A dónde? No tengo un hogar, ni familia.
No me queda nada, y sin ser aquí, no tengo otra idea de a dónde pueda irme. No sé donde me alojaría si no fuera en este barco, o en la Nación del Fuego.
Estoy perdida en el mundo, sola y aún con demasiadas interrogantes como para saber que debo hacer.
Creía poder continuar con mi vida aquí, aún corriendo peligro. Pero por lo visto, no es así.
Agotada, caigo en la cama, sin saber bien cuando encontré la habitación.
No espero dormirme, con tanto dolor y recuerdos, y ahora con preocupaciones... no creo que pueda conciliar el sueño.
Sin embargo los párpados comienzan a pesarme, y cada vez me es más difícil mantenerme despierta.
Al final, me dejo llevar.

Corro.
El frío recorre todo mi cuerpo y ya apenas siento las extremidades. Observo mis manos, están rojas del frío y en ellas se manifiestan las quemaduras provocadas por éste.
El corazón me late desesperadamente.
No se hacia dónde corro, pero sé que escapo de alguien.
Miro hacia atrás, una figura negra avanza a gran velocidad hacia mi, su capa del mismo color se agita con el viento.
Vuelvo la vista al frente y la veo.
Allí parada de pie, está mi madre.
Siempre fue bella, pero esta vez se encuentra en su mejor aspecto.
Reluciente, con la alegría reflejada en el rostro. Llevaba su vestido blanco, el que usaba siempre que tenía ocasión. Era su preferido.
¡¡Mamá!! —Le grito feliz.
Enlentezco el paso.
A su lado diviso a mi hermana. Da vueltas al rededor de mi madre, cómo solía hacer antes. Sonríen.
Lezz...
Oigo el susurro de mi madre.
Camino hacia ellas.
Entonces recuerdo que huyo de alguien, y miro hacia atrás.
El hombre está a punto de alcanzarme, cuando mi padre se interpone entre el y yo. Él no esta feliz, pero si decidido. Decidido a proteger a su hija, a protegerme.
Miro a mi hermana y mi madre, veo la tristeza en sus caras.
Oigo el disparo.
Me despierto entre jadeos.
Una pesadilla. Fue solo una pesadilla.
Recuerdo los vivos rostros de mis familiares. Parecían tan...reales.
El llanto llega inmediatamente.
Se abre la puerta y Rosaire entra por ella.
Sin decir palabra, se sienta en la cama.
Tranquila cariño, todo esta bien.
La miro a los ojos entre lágrimas.
Se acerca más a mí, y deja que apoye la cabeza en su pecho.
Todo esta bien, —repite— solo fue un sueño.
Me quedo allí, hasta que dejo de sollozar.
Me aparto de ella, ya más tranquila.
Me siento avergonzada por la situación, y me sube el color rojo a las mejillas.
Rosa...
Anda cariño. ¡Arriba, —me interrumpe con una sonrisa— hace un día estupendo!
Abre las cortinas de la habitación de una forma extraña, sospecho que intenta quitarme una risa.
Aprecio eso.
Me tomo un momento para respirar hondo y dejar las penas y preocupaciones aun lado.
Salgo de la cama.
Me dirijo hacia Rosaire y la abrazo.
Gracias Rosaire.
Ella sonríe y me devuelve el abrazo.
No hay de qué. Siempre se empieza acompañado.
No estoy segura de haber entendido esas palabras, no obstante, no interrumpo el momento.
Recuerdo que Máximo me contó la pérdida de Rosaire, pobre mujer. No obstante, se muestra
cariñosa con todos, y es una dulzura.
No dudo de ella, y sé que siempre estará allí, ofreciendo ayuda.

Hoy es un día muy importante, el capitán del Silánoe ya solicitó permiso de ingreso al
puerto. Pronto atracaremos en Feuer.
Debo ir con precaución.
Máximo dijo que me reuniera con el al mediodía. Controlo el reloj, aún tengo una hora de espera.

**********************************************************************************


Lo estoy siguiendo...