miércoles, 26 de noviembre de 2014

Capítulo 4



CAPÍTULO 4

LEZZLIE
Una voz

Máximo acaba de marcharse.
No me quedó muy claro a que vino, pero me alegro de que lo hiciera. Pienso en el abrazo que compartimos cuando le confesé la razón de mi llanto y me avergüenzo de solo recordarlo.
No quiero quedarme sola en la habitación, no para sumirme en los recuerdos y el dolor.
Estoy a punto de abrir la puerta cuándo oigo voces.
Acerco el oído a la madera.
¿De visita? —La voz me hes desconocida.
¿Sabes? Me encantaría quedarme a charlar sobre eso, pero no puedo. —Es Máximo—No te le acerques. —Avisa con frialdad.
En Feuer, ¿estarás en casa? —pregunta la otra persona. Noto cierta preocupación en su voz.
Me pregunto con quién habla Máximo. Deduzco que es un hombre por el tono de voz, y
mayor.
No lo sé; no creo tener ganas.
Silencio.
Oigo pasos que se acercan y pasos que se alejan.
Repaso las palabras «No te le acerques» en mi cabeza. ¿Hablaba Máximo de mí?
Presiono el oído contra la puerta, intentando averiguar que sucede. Siento una respiración, es del hombre desconocido. Me aparto, con el corazón acelerado. Me llevo la mano al pecho y la cierro con fuerza en torno al amuleto que llevo colgado.
No es más que una vieja llave, pero es lo único que guardo de mi hogar. Lo único que me queda. El único recuerdo.
Avanzo hacia la puerta y paso el seguro.
Del otro lado el hombre se ríe al escuchar la fina cadena deslizarse sobre la tranca.
Eso no te mantendrá alejada da mi. Lo sabes, ¿no?
No respondo.
Espero varios minutos, que a mi parecer son eternos, antes de salir.
Cierro la puerta y me quedo en el pasillo observando el dorado número que identifica la habitación. 802.
Doblo a la derecha en el corredor, continúo sin saber que busco.
Por el rabillo del ojo, diviso una figura que se acerca corriendo, sin embargo no reacciono a tiempo de apartarme y ambas caemos al piso.
Lo siento, —se disculpa— ven, te ayudo.
Me ofrece la mano, vacilando pero finalmente la tomo y me levanto. Me da miedo quedarme aquí, con ella, dando a conocer mi presencia.
No...no pasa nada. Estoy bien.
Retrocedo por el pasillo que venía, intentado alejarme.
Soy Ariel. —Comenta ella.
Veo más gente circulando rápidamente por el barco, todos corren de un lado a otro y llevan cosas consigo. Mochilas, bolsos, cajas.
¿Qué está pasando? —Desvío la conversación.
¿No lo sabes? —Niego con la cabeza. —Vamos a atracar. Todos recogen sus cosas para volver a sus hogares.
La idea de volver a mi hogar me pone triste, no lo tengo. No obstante me alegro de esta gente que si lo tiene, y que quizás en ellos les esperan sus familiares.
Me llamo Ariel. —La chica me aparta de mis pensamientos repitiendo su nombre.
¡Ariel! —Grita un hombre de algún lugar no muy lejos.
¡Por aquí! —Responde ella.
El hombre, que, al final no es tan hombre, sino un joven, aparece por la esquina y viene hacia nosotras. No se que decir, ni que hacer. Tan solo me quedo parada. Inmóvil.
No sé como actuar frente a éstas personas; Máximo dijo que me mantuviera alejada de extraños mientras pudiera.
Ya estamos en el puerto. —Avisa— Y... ¿quién es ella?
Lezzlie, pero prefiero Lezz. —Sin otra escapatoria, me presento.
—Él es Aaron.
Bien Lezz, pues nos vamos. —Dice.
Me doy cuenta de que me ha incluido en ese “nos”.
Ah no, no, no.
Anda, —la voz de Ariel muestra una minúscula suplica— necesitas ayuda. Además, no se de dónde eres, pero de aquí no.
Aaron no ve lo que Ariel si.
¿A qué te refieres?
Ella menea la cabeza.
Vámonos.
Pasamos por mi habitación y recojo lo poco que tengo. No preciso ni cajas, ni mochila.
Solo me quedo con la ropa que llevaba el día del ataque. Mis jeans azules, mi musculosa blanca, mis converse, la campera de cuero marrón y mi colgante.
Ariel me señala.
¿Lo ves? —Se dirige a Aaron— A eso me refería, no llevas nada. —Señala mi pequeño bolso.
Da igual, vamos... —Me detengo—...eh...chicos, procuremos pasar desapercibidos.
Aaron me mira con el ceño fruncido, pero Ariel entiende a que me refiero.
Asiente.
Por detrás.
Llegamos a una puerta en la proa. Arriba el letrero indica que es la salida de emergencia.
¿Por qué tengo la sensación de que te ocultas de alguien? —Aaron empuja la puerta y desciende por las escaleras sin darme oportunidad de responder.
Mi turno.
Doy un paso, pero Ariel me coge del brazo.
Toma, póntela. —Miro lo que me entrega.
¿Pero no me dejará en evidencia?
No. Aquí es bastante común ver gente vestida así. Anda.
La tomo y sigo al chico, preguntándome por qué es común ocultar tu identidad.
Bajamos dos pisos y salimos al exterior. Quedo maravillada ante lo que veo.
La gente esta en todas partes. Se mueven de aquí para allá, cargando sus cosas.
Debemos llegar al centro de Forp, el pueblo. Andaremos por entre la gente un largo rato.
Miro el movimiento que nos rodea, no será sencillo, pero llegaremos.
Toma esto, —Ariel me entrega uno de sus bolsos— disimulará.
Gracias. —No consigo comprender aún por qué está ayudándome, pero por el momento decido confiar en ella.
Mira, nunca hemos hecho esto. —Aaron sonríe. —Somos algo así como...chicos buenos. Respetamos las reglas. — Me siento culpable de obligarlos a que hagan algo así por mí, alguien a quien acaban de conocer. Ariel le propina un disimulado golpe.— Pero será divertido.
No quiero complicarlos, puedo seguir sola.
¡Que va! ¿Y perdernos de tanta emoción? —Enmarco una ceja. —¿Una chica guapa y desconcertada huyendo de quién sabe qué, y yo fuera del espectáculo? ¡Vamos contigo mojarrita!
Me río.
¿Mojarrita? —El me guiña el ojo.
Iremos detrás de ti, no cerca, pero tampoco demasiado lejos. —Me avisa Ariel.
Asiento.
Debería tener miedo, miedo a estar expuesta ante tanta gente que pueda reconocerme; gente que puede llevarme con los prisioneros de mi aldea, a Evalla. Pero en verdad no logro sentirlo.
La lluvia cae fría en mi hombros, recuerdo que llovía cuándo salimos fuera, pero no me había percatado de ello.
Estiro el brazo en el aire y coloco la palma de mi mano hacia arriba. Siempre me gustó la lluvia.
La mayoría de las personas piensan en ella como un fenómeno natural malo y depresivo; uno que, por ejemplo, les arruina el día.
Por mi parte, me gusta.
Pasaba las tardes escuchando el ritmo del repicoteo de las gotas, y cantando. La lluvia solía inspirarme a crear, a disfrutar, a sonreír; y, más allá de eso, como maestra agua, me reforzaba en energía.
Reprimo las lágrimas, hay tantos recuerdos que no quiero abandonar...
Suspiro.
Bien, vamos allá. —Digo, y emprendemos la caminata bajo la fría lluvia.

Hacía ya varios minutos que estábamos avanzando cuando levanto la cabeza y miro más allá, la gente se amontona aún más y los espacios para caminar están más reducidos.
Circular entre ellos venía siendo fácil y rápido, pero ahora tendremos trabas.
Nos quedaremos en la hostelería del Almirante Jack.
¿Almirante Jack?
Un viejo lobo de mar.
¿No tienen un lugar a donde ir, como toda esta gente? —Miro a mi al rededor.
Bajan la mirada avergonzados.
Comprendo al instante, ninguno tiene un hogar, solo se tienen el uno al otro.
Oh, lo siento. Bueno, pues supongo que compartimos el mismo dolor.
Sonríen.
Mojarrita, es imprescindible que no destaques ahora. Actúa normal.
¿Qué acción anormal esperas? —Finalmente le dejo llamarme así.
No lo sé, bailar bajo la lluvia, tal vez.
Lo cierto es que dio en el palo.
Aaron, tu no puedes hablar de eso, te he visto cantarle al suelo. —Me defiende Ariel.
No lo entiendo por completo.
Soy maestro tierra. —Explica— ¿De qué aldea eres tu?
Me quedo helada, sin saber que responder.
La única palabra que viene a mi mente es el nombre de mi aldea, Cavall. Pero no puedo contárselo.
Desvío la mirada, no me siento bien ocultándole cosas a Ariel y Aaron, a pesar de recién conocerlos, ellos me están ayudando sin nada a cambio y, si hay alguien que merece mi confianza son ellos.
Entonces lo veo.
¡Diablos!
¿Cómo puede ser?
¿Qué sucede? —preguntan al unisono. Siguiendo mi mirada.
Nada...
Me observan y luego a la gente que tengo delante.
El terror me invade por completo. Es él, es uno de ellos. Varios metros delante nuestro se sitúa uno de los hombres que irrumpieron en mi casa. El hombre que me arrebato a mi hermana está a tan solo metros; una gran cicatriz recorre todo el lado derecho de su cara, desde el ojo hasta la comisura de los labios. No podría confundirla jamás, fue lo último que vi en aquel momento. Esa marca permanece grabada en mi cabeza aún, y por las noches perturba mis sueños, provocándome pesadillas.
¿Lezzlie?
Los músculos se me contraen al recordar los cálidos ojos de mi hermana inundados de temor.
Corro.
No miro atrás.
Él corazón me late rápidamente, y los nervios me invaden.
Me precipito entre la gente aventando golpes.
¡Ey!
El cuerpo me pide que siga, y le obedezco.
Supongo que esto no es “actuar normal”, no creo que aporte en no destacar. Aún así, no me detengo.
Empujo al que se encuentre en mi camino, y lo siento por ellos, de verdad. Al principio me disculpo, pero luego dejo de hacerlo.
Por primera vez desde que dejé mi hogar, olvido la agonía, la nostalgia, la soledad, la culpa, las preocupaciones; ya no queda nada, el temor a aquel hombre desaparece.
Mi mente está en blanco. Solo siento el viento en mi cara, la lluvia fría y el calor recorriéndome el cuerpo como si fuera fuego.
Llego al centro del pueblo, me detengo. Busco a mi al rededores personas que me sigan pero
no las encuentro. Observo la plaza. Los árboles son altísimos, y las hermosas hojas verdes cubren el cielo gris.
Ariel y Aaron no tardan en encontrarme.
¡Mojarrita! Se suponía que no destacarías. —Se ríe entre jadeos— Pero valla manera de no hacerlo.
Nos asustaste, creímos que huías de alguien.
A decir vedad, no tengo idea de quién debo protegerme. —Hago una pausa— No reconozco a las personas de las que me hablaron. —No es mentira, pero tampoco es totalmente cierto.
Aaron se coloca a mi lado y señala un sector del camino.
Allá, en el estrado. Ése es Kassaik, mantente lejos de él mientras sea posible. Todo corre peligro cerca de él.
Vale.
Bien, ahora ya conoces a uno. —Exclama sin mucho ánimo.
Caminamos el resto del camino hacia la hostelería sin decir palabra. Supongo que cada uno tiene pensamientos en los que sumirse.
Mi mente llama los recuerdos de mi antigua vida, y ellos despiertan como buenos obedientes.
Veo a mi padre moviéndose de aquí para allá, saltando, girando, y haciendo macacadas, mientras me enseña a manejar mi elemento en el patio.
Mi madre sale por la puerta, con mi hermana en brazos. Karoline tiene tan solo un año...El sutil codazo de Ariel me arrastra devuelta al mundo real.
Frente a nosotros hay una casa antigua de dos pisos. La puerta es alta, en el centro se
encuentra una ancla, sirviendo de golpeador. Cuelga de ella el letrero con el nombre “Almirante Jack” y debajo de éste hay una oración.
—“Tienda la cama”—lee Aaron— ¿Es enserio?
En ese instante el pórtico se abre y sale un señor -ya mayor- vestido con tirantes y sombrero, fumando de una pipa.
Si. Es enserio. —Responde.
Sonrío.
Buscamos alojo. Por... —no se cuánto tiempo necesitamos permanecer allí, así que dejo la frase sin terminar.
¡Ariel, Aaron! ¿Cómo están? ¿Ha llegado ya el Silánoe?
Al parecer ya se conocían, me aparto de la conversación.
¡Adentro, que os estáis mojando!
El hogar esta adornado de forma muy sutil y delicado. Con majestuosos cuadros colgados en las paredes, y floreros en cada esquina. El olor a antigüedad se siente en el ambiente no obstante, el olor a mar lo supera.
Una gran mesa ocupa el centro de la sala, la rodean ocho sillas de respaldo alto, con estampado de monedas de oro y pintura plateada. Detrás, está la cocina. Un mujer viene de allí y nos saluda a todos.
Ariel y Aaron deben de hospedarse aquí muy seguido ya que éstas amables personas los tratan como si se conociesen de toda la vida.
No obstante, no tardo en descubrir que se debe, la mayoría, a su personalidad. Puesto que no tardan en recibirme de igual forma.
Nos asignan las habitaciones, tres.
La cena estará en dos horas. Podéis subir y acomodaros. Los llamaremos para cuando esté lista.
Asentimos y damos las gracias.
Estoy empapada, y me apetece un baño. —Me excuso.
Los chicos se quedan unos minutos más abajo, charlando con los anfitriones; mientras yo subo a mi habitación.
El pasillo es largo, y lleva a muchas habitaciones, miro mi número. 23.
Entro y dejo mi bolsa sobre la cama, la de Ariel la he dejado abajo, junto con las demás.
Me doy una rápida ducha. Quisiera permanecer más tiempo allí, pero tengo algo que hacer.
Decido vestirme con mi ropa de casa. Vuelvo a colgarme mi amuleto de llave. Me recojo el
pelo en un moño desprolijo y me concentro.
Mis clases de entrenamiento se dividían en sectores. La señorita Loren nos enseñaba arte de defensa, el profesor Clityon era el encargado de las artes estratégicas y la señora Bork de las artes que restaban. Dos días antes del ataque a la aldea, el entrenamiento con Clityon se centraba en enviar mensajes a distancia.
Imaginen un papel, una nota” ordenó.
Eso hago y, para mi sorpresa no tarda en proyectarse una frente a mí.
Ahora el mensaje. Resoplo.
Esto será difícil. —Pienso en voz alta y por un instante albergo la terrorífica sensación de escuchar aquella desconocida voz del barco responderme.
Vuelvo a concentrarme y pruebo con palabras cortas: “Almirante Jack”
Realizo un leve movimiento de muñeca como Clityon enseñaba y las palabras se vuelven reales. Azules como el mar, flotan delante de mí. Con un parpadeo ambas manifestaciones se unen y desaparecen, comenzando su recorrido.
No es lo que pensaba, pero servirá.
Finalmente me lanzo a la cama, con la esperanza de haber hecho bien la nota.
Me pregunto que será de mi ahora.
No es que no me agrade, el ambiente huele a mar y hay notable decoración marina; me recuerda a mi hogar. El lugar es confortable, pero no quiero quedarme aquí, en el Admirante Jack por siempre.
No es la vida que planeé para mi. No es lo que quiero.
Cedo ante el cansancio y me duermo.
Media hora después, despierto sobresaltada, alguien me sacude por el hombro.
Despierta.
¿Hum? —balbuceo, aún no logro articular palabras. Lo intento otra vez— ¿qué sucede? —Pregunto esta vez.
Tienes visitas.
¿Visitas?
Salto de la cama.

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La llave de Lezzlie:

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