domingo, 23 de noviembre de 2014

Capítulo 3



CAPÍTULO 3
MÁXIMO
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Mr. Huker explica como surgieron las gloriosas naciones que dividieron Saiah.
Es la clase de historia, y el profesor tiene tendencia a hacerla aburrida de por si. Es fácil distraerme, y yo solo pienso en el mediodía. Trazo unas líneas en la esquina superior de la hoja, y soy consiente de que representan. Es un boceto del Shen.
Levanto la mirada e intento concentrarme en la voz de Mr. Huker.
Es una historia que ya he escuchado tantas veces, que hasta creo saberla de memoria.
Se trata de un reino que vivía en paz, gobernado por el Consejo Primero. Éste, estaba formado por trece personas.
El presidente del Consejo, quien tenía reuniones con sus cuatro ministros -maestro fuego, maestro tierra, maestro agua y maestro aire- con el fin de discutir las leyes que acataría la sociedad, y las acciones que debía tomar Saiah como reino.
Cada ministro coordinaba, a su vez, con sus dos compañeros del mismo elemento; quienes representaban al pueblo.
Básicamente, el Consejo Primero funcionaba como cadena. Partiendo desde el pueblo, que se comunicaba con los compañeros de los ministros, hasta llegar al presidente del Consejo que se comunica con sus cuatro ministros.
Continúo con el dibujo, y coloco el símbolo Key en un hombro. Mi hombro.
Los nervios me incomodan, y aún no se la razón de su presencia.
A pesar de la paz con la que se gobernaba Saiah, la sociedad estaba en desacuerdo con la forma de implementarla. La revolución tuvo los inicios en las lejanías del país. Dónde la gente vivía en pobreza, y nada favorecidos por el gobierno. Allí su opinión era irrelevante, y debían sobrevivir como podían, bajo el Consejo Primero. —Mr. Huker era un hombre alto, de cuerpo esbelto, pero su expresión podía llegar a paralizarte si se lo proponía. En aquellos momentos, se interrumpió para llamarme la atención. —Señor Weasley, ¿quiere usted dar la clase? —Permanezco en silencio, sin tener bien en claro que responder.— Bien, pues entonces hágame el favor de prestar atención.
Se aclara la garganta y continúa. Intento no distraerme, o al menos fingir no hacerlo.
Como venía diciendo, la población de las lejanías estaba en desacuerdo con el gobierno, y comenzaron a reunirse entre ellos. Las ideas se reforzaron, y en pocos años, existían grupos de rebeldes en el reino.
Por supuesto, aún había gente fiel al gobierno, y las luchas de ideales no tardaron en surgir.
El caso es que los rebeldes aumentaban de número, y al Consejo Primero, la situación se les iba de las manos. Pronto les resultó imposible controlarlo todo, y la revolución tuvo comienzo.
Todos diréis que fueron hechos y acciones correctas, pero lo cierto, es que si bien los argumentos eran... —Mr. Huker lo pensó un instante—...buenos, la forma de llevar a cabo los cambios no fue la mejor. Saiah entero entró en guerra, y por lo tanto también en crisis.
Se creó la Asociación de Rebeldes y combatían día a día contra las fuerzas del gobierno, utilizando la magia. Todos sabemos que la magia no es un arma, y que en Saiah, es parte fundamental de la educación aprenderlo.
Las calles ya no eran seguras, y el número de desapariciones iba en aumento. Los rebeldes arrestaban a las personas que defendían al Consejo. Mataban sin ton ni son. Estaban desacatados, cualquier razonamiento lógico que se les planteaba, no lo seguían. — Resoplo. Me pregunto cuanto seguirá con esta farsa— Eran salvajes. — Me río. Lo que faltaba.
El timbre de salida toca, y me levanto del asiento sonriendo irónicamente. Al final, resulta
que eran salvajes. Claro.
Mr. Huker me agarra del brazo.
Espero que en la próxima clase no este tan distraído, alumno.
Asiento y me marcho.

Aún no asimilo la idea de que nos enseñen eso en las clases. ¿Acusarlos de desapariciones? ¿Llamarlos “salvajes”?
Me sorprendía la facilidad con la que se cambiaban los roles en la historia.
Miro el reloj de muñeca que llevo, un cuarto de hora de las once.
Me dirijo al sector de los camarotes con cautela.
Con suerte ha salido en uno de sus viajes matutinos, y la encuentro.
Ir hacia su habitación es demasiado arriesgado, así que decido circular cerca de allí, por si llega a salir.
Pasado otro cuarto de hora, ya no soportó más. Hace ya bastante camino de un lado a otro sin cesar.
Avanzo dos pasillos hasta quedar enfrentado a su habitación.
De la puerta cuelga el número del camarote. 802.
Dudo varios segundo antes de llamar.
Respiro hondo, y se abre la puerta. Aparece su rostro detrás de la tranca. Vuelve a cerrarla y oigo el sonido de la cadena deslizarse.
Abre.
Ninguno de los dos habla, y el silencio de pronto me pone incómodo.
Observo en su rostro los ojos hinchados, y sé que estuvo llorando.
No me has dicho tu nombre. —Digo las palabras sin pensarlas.
Sonríe.
Eso es porque no me lo has preguntado.
Esta vez si pienso antes de hablar.
Bueno, pues ¿cuál es tu nombre?
¿A que has venido? —Pregunta a la vez.
Permanezco callado. ¿A qué vine?
No lo sé. —Digo la verdad.
Me mira con expresión confusa.
No tolero el silencio, me pone nervioso.
¿Has estado llorando?
Si, —desvía la mirada y hace una breve pausa, pensando si confesarme la razón o no. Se lleva una mano al pecho, buscando algo que no encontró.Finalmente, vuelve los ojos a mi y decide contármelo— he soñado con mi familia. Estaban tan...felices, y de pronto los hechos cambiaron. —Baja la cabeza, intuyó que las lágrimas amenazan con salir— Oí el disparo, el que mató a mi padre. Los rostros de mi madre y hermana eran el reflejo de la tristeza y el dolor. Parecía real. Yo... —duda—... los extraño muchísimo.
Una lágrima baja por su rostro.
No llores. —Sin darme cuenta, mis brazos la rodean con un abrazo tranquilizador.— Todo va a estar bien.
Me explica que Mme. Rosaire estuvo allí para acompañarla cuando despertó, y lo buena que es ella.
Unos minutos después me marcho hacia el salón nuevamente, a recoger las cosas, y me doy cuenta de que no respondió una pregunta.
¿Cuál es tu nombre?
Considero la opción de volver y preguntarle, pero la descarto. Ya nos veremos al mediodía, y tendrá que responderme.
Hola Máximo.
Suspiro.
¿De visita?
Ignoro la pregunta.
Me giro y le veo la cara. Una sonrisa triunfal esta plasmada en ella.
Me pregunto si me vio en la habitación.
¿Sabes? Me encantaría quedarme a charlar sobre eso, pero no puedo. —Zanjo la conversación. Pienso un segundo y agrego: —No te le acerques.
En Feuer, ¿estarás en casa? —ignora la advertencia.
Frunzo el ceño. ¿Qué es esto?
No lo sé —levanto los hombros— no creo tener ganas.
Ah.
Doy media vuelta, compruebo la dirección a la que se dirige y me voy.
Una misma interrogante da vueltas por mi cabeza: ¿Es un juego, o está extrañándome?
La aparto y me continúo el camino.
Me doy cuenta de que sigo nervioso. Llevo los puños apretados, y el fuego está a punto de
salir.
Charles pasa corriendo a mi lado.
¡Vamos a atracar! —grita.
Miro mi reloj, aún faltan diez minutos para el mediodía.
Salgo corriendo al salón en busca de mis cosas.
No hay nadie más allí, solo queda mi mochila.
La tomo apurado y salgo a las carreras hacia la habitación 054, mi habitación.
No tengo más que papeles y libros, algunas fotos, y allí, abajo de la cama esta la caja.
Guardo todo en la mochila y me voy.
11:57.
Soy consiente de que no podré reunirme con ella antes de bajar en el puerto, incluso allí será difícil.
Espero que, al menos, cuente con la ayuda de Mme. Rosaire. Es demasiado peligrosos para ella, rodeada de tanta gente y sin saber bien a dónde y cómo dirigirse.
Los guardias vigilarán la zonas y todos los rincones.
Kassaik está al asecho, a la espera de la mejor oportunidad para tener un encuentro con ella -si no lo tuvo ya- y no creo que deje pasar la ocasión. Probablemente ya halla alertado a sus guardias que la búsquen.
Me preocupa su seguridad.
De repente me siento culpable de no haberla precavido y de no poder estar allí, para protegerla.
Dudo unos segundos si la razón de querer estar con ella es por mi, para no sentirme culpable y nervioso; o si lo es por ella, por su seguridad.
Me veo pensándola, mientras los nervios me inundan el cuerpo.
De camino, me cruzo con Charles.
¿Noticias? —pregunto.
Ya solicitaron permiso para atracar en el puerto de Forp. —realiza una pausa— Accedieron, aunque...—sonríe irónicamente—...¿quién nos lo negaría?
Ambos reímos.
Charles es mi amigo desde pequeños.
Su pelo rubio le cae sobre los ojos, esos ojos azules que le dan un aspecto perfecto. Su figura marcada por la ejercitación, contribuye también.
Es el tipo de chico al que todas quieren.
Es el tipo de amigo que todos necesitamos, ese que comprende todo de ti.
Pasados unos minutos, un guardia nos informa que debemos abandonar el Silánoe.
Salimos juntos al exterior, su compañía me ayuda a despejarme; no obstante no me olvido de mis preocupaciones, y me pillo al segundo buscándola con la mirada.
Las gotas frías comienzan de a poco. Miro el cielo encapotado. Pronto llegará la tormenta.
Me río de mis pensamientos y la ironía de la vida.
Pronto llegará la tormenta”
Repaso esa línea una y otra vez.

Todos se encaminan hacia sus hogares, el gentío es impresionante. Las personas se amontonan, resultando imposible circular. Los empujones y los golpes son difíciles de evitar. La lentitud con la que se avanza es mucha.
Por primera pienso en la cantidad de gente que estuvo a bordo del Silánoe.
Y eran aún más. Antes del ataque a Cavall.
Me pregunto si estaba programado solo para una aldea, y si sólo se ejerció en ella o hubieron más.
Sé que Kassaik y el Consejo Duodécimo tienen planeado más ataques como ese, todos dirigidos a aldeas dónde se sospecha, se ocultan maestros aires.
Vuelvo a hacerme la pregunta que navega en mi mente desde pequeño.
¿Por qué Meith? ¿Por qué los maestros aires?
Sea cual sea la respuesta, debe de ser muy poderosa. Feuer y Evalla luchan por extinguirla desde siglos; y, a pesar de los intentos, de la desaparición de Meith, y de los recientes reclutamientos para entrenamiento -en el diccionario de Kassaik y su Consejo eso se define como asesinato- no creo que pueda destruirse por completo. Los maestros aires tienen una fuerza impresionante.
El sobrevivir aún siendo castigados a hacerlo de la peor forma, permanecer vivos aún estando separados de sus iguales; aún solos, sin familia.
No se dejarán vencer ante las naciones de Evalla y Feuer.
Levanto la cabeza y miro por encima de las cabezas, quedan al menos quinientos metros para llegar al pueblo. Busco a la joven.
Tardo unos segundo en entender que no esta allí. Con ayuda o sin ayuda, no debió de haberse mezclado entre la multitud.
Miro a los lados, los guardias están en todas partes, atentos.
Espero que no esté aquí.
A mi derecha, a unos cuantos metros de distancia hay un estrado, dónde Kassaik dará el anuncio de las noticias sobre el “reclutamiento”. No quiero escuchar eso.
Kassaik se encuentra allí, hablando con uno de los Agentes de Ox.
Pienso en la magia negra que manejas los agentes, y me dan ganas de vomitar. Ellos son los verdaderos salvajes.
Ellos incrementan su poder, a partir de la energía vital de otros, para ser superiores.
A los Agentes de Ox, se los respeta si quieres seguir con vida.
Aunque, claro, para el pueblo de Feuer, no son más que los agentes que mantienen informados al gobierno.

Alguien me empuja y estoy a punto de caerme. Observo a mis alrededores, buscando al responsable.
Va vestido de negro, completamente.
¡Ey! —Lo acuso.
Acelera el paso, evitándome. Rebasa a varias personas, y lo último que veo de el son sus capa y capucha negra.
Giro los ojos.
El agua salpica los adoquines, y los niños a mi lado chapotean en los charcos, felices de ver a sus padres nuevamente.
Pienso en ello, y no puedo evitar compararlo con la cantidad de familias separadas y destruidas que quedaron detrás del ataque.
Los niños que quedaron solos, sin padres. O los padres que quedaron solos, sin hijos. Las muertes.
Recuerdo las cenizas que Mme. Rosaire me mostró en los registros del Consejo.
Los ejércitos de la Nación del Fuego y la Nación Tierra, dejaron allí un claro mensaje:
«Aquí estuvimos Feuer y Evalla. Observad.»
Vuelvo la vista atrás, al estrado. La gente ya se coloca al rededor para oír el discurso. Para oír la sarta de mentiras que quieren escuchar, las palabras que los dejarán felices.
Así el gobierno podrá controlarlos.
Mientras en tantas otras aldeas, como Cavall, la gente sufre. La gente morirá y se perderá en el dolor y agonía.
Me dan asco. Todos.
Kassaik, su Consejo de manipuladores, la mafia de los Agentes de Ox, y el pueblo; por dejarse engañar con palabras lindas, que ocultan grandes maldades.

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¿Qué les parece?

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