CAPÍTULO
3
MÁXIMO
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Mr. Huker explica como surgieron
las gloriosas naciones que dividieron Saiah.
Es
la clase de historia, y el profesor tiene tendencia a hacerla
aburrida de por si. Es fácil distraerme, y yo solo pienso en el
mediodía. Trazo unas líneas en la esquina superior de la hoja, y
soy consiente de que representan. Es un boceto del Shen.
Levanto
la mirada e intento concentrarme en la voz de Mr. Huker.
Es
una historia que ya he escuchado tantas veces, que hasta creo saberla
de memoria.
Se
trata de un reino que vivía en paz, gobernado por el Consejo
Primero. Éste, estaba formado por trece personas.
El
presidente del Consejo, quien tenía reuniones con sus cuatro
ministros -maestro fuego, maestro tierra, maestro agua y maestro
aire- con el fin de discutir las leyes que acataría la sociedad, y
las acciones que debía tomar Saiah como reino.
Cada
ministro coordinaba, a su vez, con sus dos compañeros del mismo
elemento; quienes representaban al pueblo.
Básicamente,
el Consejo Primero funcionaba como cadena. Partiendo desde el pueblo,
que se comunicaba con los compañeros de los ministros, hasta llegar
al presidente del Consejo que se comunica con sus cuatro ministros.
Continúo
con el dibujo, y coloco el símbolo Key en un hombro. Mi hombro.
Los
nervios me incomodan, y aún no se la razón de su presencia.
—A
pesar de la paz con la que se gobernaba Saiah, la sociedad estaba en
desacuerdo con la forma de implementarla. La revolución tuvo los
inicios en las lejanías del país. Dónde la gente vivía en
pobreza, y nada favorecidos por el gobierno. Allí su opinión era
irrelevante, y debían sobrevivir como podían, bajo el Consejo
Primero. —Mr. Huker era un hombre alto, de cuerpo esbelto, pero su
expresión podía llegar a paralizarte si se lo proponía. En
aquellos momentos, se interrumpió para llamarme la atención. —Señor
Weasley, ¿quiere usted dar la clase? —Permanezco en silencio, sin
tener bien en claro que responder.— Bien, pues entonces hágame el
favor de prestar atención.
Se
aclara la garganta y continúa. Intento no distraerme, o al menos
fingir no hacerlo.
—Como
venía diciendo, la población de las lejanías estaba en desacuerdo
con el gobierno, y comenzaron a reunirse entre ellos. Las ideas se
reforzaron, y en pocos años, existían grupos de rebeldes en el
reino.
Por
supuesto, aún había gente fiel al gobierno, y las luchas de ideales
no tardaron en surgir.
El
caso es que los rebeldes aumentaban de número, y al Consejo Primero,
la situación se les iba de las manos. Pronto les resultó imposible
controlarlo todo, y la revolución tuvo comienzo.
Todos
diréis que fueron hechos y acciones correctas, pero lo cierto, es
que si bien los argumentos eran... —Mr. Huker lo pensó un
instante—...buenos, la forma de llevar a cabo los cambios no fue la
mejor. Saiah entero entró en guerra, y por lo tanto también en
crisis.
Se
creó la Asociación de Rebeldes y combatían día a día contra las
fuerzas del gobierno, utilizando la magia. Todos sabemos que la magia
no es un arma, y que en Saiah, es parte fundamental de la educación
aprenderlo.
Las
calles ya no eran seguras, y el número de desapariciones iba en
aumento. Los rebeldes arrestaban a las personas que defendían al
Consejo. Mataban sin ton ni son. Estaban desacatados, cualquier
razonamiento lógico que se les planteaba, no lo seguían. —
Resoplo. Me pregunto cuanto seguirá con esta farsa— Eran salvajes.
— Me río. Lo que faltaba.
El
timbre de salida toca, y me levanto del asiento sonriendo
irónicamente. Al final, resulta
que
eran salvajes. Claro.
Mr.
Huker me agarra del brazo.
—Espero
que en la próxima clase no este tan distraído, alumno.
Asiento
y me marcho.
Aún
no asimilo la idea de que nos enseñen eso en las clases. ¿Acusarlos
de desapariciones? ¿Llamarlos “salvajes”?
Me
sorprendía la facilidad con la que se cambiaban los roles en la
historia.
Miro
el reloj de muñeca que llevo, un cuarto de hora de las once.
Me
dirijo al sector de los camarotes con cautela.
Con
suerte ha salido en uno de sus viajes matutinos, y la encuentro.
Ir
hacia su habitación es demasiado arriesgado, así que decido
circular cerca de allí, por si llega a salir.
Pasado
otro cuarto de hora, ya no soportó más. Hace ya bastante camino de
un lado a otro sin cesar.
Avanzo
dos pasillos hasta quedar enfrentado a su habitación.
De
la puerta cuelga el número del camarote. 802.
Dudo
varios segundo antes de llamar.
Respiro
hondo, y se abre la puerta. Aparece su rostro detrás de la tranca.
Vuelve a cerrarla y oigo el sonido de la cadena deslizarse.
Abre.
Ninguno
de los dos habla, y el silencio de pronto me pone incómodo.
Observo
en su rostro los ojos hinchados, y sé que estuvo llorando.
—No
me has dicho tu nombre. —Digo las palabras sin pensarlas.
Sonríe.
—Eso
es porque no me lo has preguntado.
Esta
vez si pienso antes de hablar.
—Bueno,
pues ¿cuál es tu nombre?
—¿A
que has venido? —Pregunta a la vez.
Permanezco
callado. ¿A qué vine?
—No
lo sé. —Digo la verdad.
Me
mira con expresión confusa.
No
tolero el silencio, me pone nervioso.
—¿Has
estado llorando?
—Si,
—desvía la mirada y hace una breve pausa, pensando si confesarme
la razón o no. Se lleva una mano al pecho, buscando algo que no
encontró.Finalmente, vuelve los ojos a mi y decide contármelo— he
soñado con mi familia. Estaban tan...felices, y de pronto los hechos
cambiaron. —Baja la cabeza, intuyó que las lágrimas amenazan con
salir— Oí el disparo, el que mató a mi padre. Los rostros de mi
madre y hermana eran el reflejo de la tristeza y el dolor. Parecía
real. Yo... —duda—... los extraño muchísimo.
Una
lágrima baja por su rostro.
—No
llores. —Sin darme cuenta, mis brazos la rodean con un abrazo
tranquilizador.— Todo va a estar bien.
Me
explica que Mme. Rosaire estuvo allí para acompañarla cuando
despertó, y lo buena que es ella.
Unos
minutos después me marcho hacia el salón nuevamente, a recoger las
cosas, y me doy cuenta de que no respondió una pregunta.
¿Cuál
es tu nombre?
Considero
la opción de volver y preguntarle, pero la descarto. Ya nos veremos
al mediodía, y tendrá que responderme.
—Hola
Máximo.
Suspiro.
—¿De
visita?
Ignoro
la pregunta.
Me
giro y le veo la cara. Una sonrisa triunfal esta plasmada en ella.
Me
pregunto si me vio en la habitación.
—¿Sabes?
Me encantaría quedarme a charlar sobre eso, pero no puedo. —Zanjo
la conversación. Pienso un segundo y agrego: —No te le acerques.
—En
Feuer, ¿estarás en casa? —ignora la advertencia.
Frunzo
el ceño. ¿Qué es esto?
—No
lo sé —levanto los hombros— no creo tener ganas.
—Ah.
Doy
media vuelta, compruebo la dirección a la que se dirige y me voy.
Una
misma interrogante da vueltas por mi cabeza: ¿Es un juego, o está
extrañándome?
La
aparto y me continúo el camino.
Me
doy cuenta de que sigo nervioso. Llevo los puños apretados, y el
fuego está a punto de
salir.
Charles
pasa corriendo a mi lado.
—¡Vamos
a atracar! —grita.
Miro
mi reloj, aún faltan diez minutos para el mediodía.
Salgo
corriendo al salón en busca de mis cosas.
No
hay nadie más allí, solo queda mi mochila.
La
tomo apurado y salgo a las carreras hacia la habitación 054, mi
habitación.
No
tengo más que papeles y libros, algunas fotos, y allí, abajo de la
cama esta la caja.
Guardo
todo en la mochila y me voy.
11:57.
Soy
consiente de que no podré reunirme con ella antes de bajar en el
puerto, incluso allí será difícil.
Espero
que, al menos, cuente con la ayuda de Mme. Rosaire. Es demasiado
peligrosos para ella, rodeada de tanta gente y sin saber bien a dónde
y cómo dirigirse.
Los
guardias vigilarán la zonas y todos los rincones.
Kassaik
está al asecho, a la espera de la mejor oportunidad para tener un
encuentro con ella -si no lo tuvo ya- y no creo que deje pasar la
ocasión. Probablemente ya halla alertado a sus guardias que la
búsquen.
Me
preocupa su seguridad.
De
repente me siento culpable de no haberla precavido y de no poder
estar allí, para protegerla.
Dudo
unos segundos si la razón de querer estar con ella es por mi, para
no sentirme culpable y nervioso; o si lo es por ella, por su
seguridad.
Me
veo pensándola, mientras los nervios me inundan el cuerpo.
De
camino, me cruzo con Charles.
—¿Noticias?
—pregunto.
—Ya
solicitaron permiso para atracar en el puerto de Forp. —realiza una
pausa— Accedieron, aunque...—sonríe irónicamente—...¿quién
nos lo negaría?
Ambos
reímos.
Charles
es mi amigo desde pequeños.
Su
pelo rubio le cae sobre los ojos, esos ojos azules que le dan un
aspecto perfecto. Su figura marcada por la ejercitación, contribuye
también.
Es
el tipo de chico al que todas quieren.
Es
el tipo de amigo que todos necesitamos, ese que comprende todo de ti.
Pasados
unos minutos, un guardia nos informa que debemos abandonar el
Silánoe.
Salimos
juntos al exterior, su compañía me ayuda a despejarme; no obstante
no me olvido de mis preocupaciones, y me pillo al segundo buscándola
con la mirada.
Las
gotas frías comienzan de a poco. Miro el cielo encapotado. Pronto
llegará la tormenta.
Me
río de mis pensamientos y la ironía de la vida.
“Pronto
llegará la tormenta”
Repaso
esa línea una y otra vez.
Todos
se encaminan hacia sus hogares, el gentío es impresionante. Las
personas se amontonan, resultando imposible circular. Los empujones y
los golpes son difíciles de evitar. La lentitud con la que se avanza
es mucha.
Por
primera pienso en la cantidad de gente que estuvo a bordo del
Silánoe.
Y
eran aún más. Antes del ataque a Cavall.
Me
pregunto si estaba programado solo para una aldea, y si sólo se
ejerció en ella o hubieron más.
Sé
que Kassaik y el Consejo Duodécimo tienen planeado más ataques como
ese, todos dirigidos a aldeas dónde se sospecha, se ocultan maestros
aires.
Vuelvo
a hacerme la pregunta que navega en mi mente desde pequeño.
¿Por
qué Meith? ¿Por qué los maestros aires?
Sea
cual sea la respuesta, debe de ser muy poderosa. Feuer y Evalla
luchan por extinguirla desde siglos; y, a pesar de los intentos, de
la desaparición de Meith, y de los recientes reclutamientos para
entrenamiento -en el diccionario de Kassaik y su Consejo eso se
define como asesinato- no creo que pueda destruirse por completo. Los
maestros aires tienen una fuerza impresionante.
El
sobrevivir aún siendo castigados a hacerlo de la peor forma,
permanecer vivos aún estando separados de sus iguales; aún solos,
sin familia.
No
se dejarán vencer ante las naciones de Evalla y Feuer.
Levanto
la cabeza y miro por encima de las cabezas, quedan al menos
quinientos metros para llegar al pueblo. Busco a la joven.
Tardo
unos segundo en entender que no esta allí. Con ayuda o sin ayuda, no
debió de haberse mezclado entre la multitud.
Miro
a los lados, los guardias están en todas partes, atentos.
Espero
que no esté aquí.
A
mi derecha, a unos cuantos metros de distancia hay un estrado, dónde
Kassaik dará el anuncio de las noticias sobre el “reclutamiento”.
No quiero escuchar eso.
Kassaik
se encuentra allí, hablando con uno de los Agentes de Ox.
Pienso
en la magia negra que manejas los agentes, y me dan ganas de vomitar.
Ellos son los verdaderos salvajes.
Ellos
incrementan su poder, a partir de la energía vital de otros, para
ser superiores.
A
los Agentes de Ox, se los respeta si quieres seguir con vida.
Aunque,
claro, para el pueblo de Feuer, no son más que los agentes que
mantienen informados al gobierno.
Alguien
me empuja y estoy a punto de caerme. Observo a mis alrededores,
buscando al responsable.
Va
vestido de negro, completamente.
—¡Ey!
—Lo acuso.
Acelera
el paso, evitándome. Rebasa a varias personas, y lo último que veo
de el son sus capa y capucha negra.
Giro
los ojos.
El
agua salpica los adoquines, y los niños a mi lado chapotean en los
charcos, felices de ver a sus padres nuevamente.
Pienso
en ello, y no puedo evitar compararlo con la cantidad de familias
separadas y destruidas que quedaron detrás del ataque.
Los
niños que quedaron solos, sin padres. O los padres que quedaron
solos, sin hijos. Las muertes.
Recuerdo
las cenizas que Mme. Rosaire me mostró en los registros del Consejo.
Los
ejércitos de la Nación del Fuego y la Nación Tierra, dejaron allí
un claro mensaje:
«Aquí
estuvimos Feuer y Evalla. Observad.»
Vuelvo
la vista atrás, al estrado. La gente ya se coloca al rededor para
oír el discurso. Para oír la sarta de mentiras que quieren
escuchar, las palabras que los dejarán felices.
Así
el gobierno podrá controlarlos.
Mientras
en tantas otras aldeas, como Cavall, la gente sufre. La gente morirá
y se perderá en el dolor y agonía.
Me
dan asco. Todos.
Kassaik,
su Consejo de manipuladores, la mafia de los Agentes de Ox, y el
pueblo; por dejarse engañar con palabras lindas, que ocultan grandes
maldades.
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¿Qué les parece?
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