A pedido de Camila Castex.... :)
CAPÍTULO 2
LEZZLIE
Pesadillas reales
Me levanto en la
mañana en una habitación desconocida.
Me siento mareada, y empiezo a recordar
que ayer no fue un día normal.
Recuerdo disparos y gritos en el
exterior.
Me tapo los oídos, como si eso pudiera
evitar que halla pasado.
Aprieto los ojos con fuerza.
Estoy en mi casa, en el primer piso
oigo golpes. Muebles que se quiebran y gritos, gritos que empiezo a
reconocer.
Bajo corriendo las escaleras, y la veo.
Mi hermana.
Un hombre alto y fuerte la arrastra
hacia fuera. Va armado.
Mi madre grita e intenta ir a por ella,
pero es imposible. Dos hombres mas la sujetan.
Empiezo a gritar.
—¿¡Qué
hacen!? Suéltenla. ¡Dejadla!
Corro
hacia ella.
Sin
embargo no logró avanzar mucho, una mano fuerte me coge del brazo y
me impide llegar hasta Karoline.
Mi
hermana menor es arrastrada, veo sus ojos celestes hinchados. Su
rostro marcado por el llanto.
Es
tan solo una niña.
Me
agito desesperadamente. Tengo que ayudarla.
El
rostro del hombre queda al descubierto y observo la gran cicatriz que
recorre su perfil derecho, finalmente la puerta se cierra detrás de
mi hermana, y ya no vuelvo a verla más.
Me
escurro entre los grandes brazos del hombre que me sostiene y me
lanzo hacia la puerta.
Unos
de los tipos que sujetaban a mi madre me coge por la cintura
fuertemente.
—¡¡Suéltame!!
Solo
oigo gritos.
Me
pongo frenética y comienzo a gritar yo también.
Siento
un disparo que me paraliza, y diviso una figura caer pesadamente al
suelo.
Se
me detiene el corazón. Mi padre. Es mi padre.
Mi
madre grita.
Grito.
Las
lágrimas caen por todo mi rostro. El hombre que me sujeta me hace
daño; no me importa, ya no.
Siento
el dolor en el pecho, se extiende hasta dejarme congelada. Mi padre.
Sin
embargo, no dejo que la agonía me invada. Pronto esos sentimientos
ya no existen, y estoy decidida a una cosa. Solo una.
Mi
madre aún continua gritando. Yo no. Ya no lo hago.
Estiro
un brazo y palmo el pecho del hombre que tengo detrás, ese hombre
que me impidió ir en busca de mi hermana. Ese hombre que mató a mi
padre.
Ese
hombre que destruyó mi familia.
Soy
consiente de que esto no es solo obra de él, pero es con quien
desquito mi rabia, mi furia, mi dolor.
Lo
miro, y dejo fluir el poder.
—Lezz,
no. —Mi madre suena tranquila. Normal. Pero no lo esta, perdió a
su hija pequeña, y vio morir a su marido. Al padre de sus hijas. Al
hombre que ama. —No lo hagas.
—Lo
siento. —Las lágrimas amenazan con volver a salir y las retengo.
Siento
bajar la temperatura de mi mano. Se enfría cada segundo más y más.
No
se nos enseña a utilizar la magia así, nos educan desde pequeños
con un lema.
“La
magia es mejor herramienta si se utiliza con inteligencia. Se utiliza
de forma pacífica. No como arma”
Nos
enseñaron que atacar con magia es una falta de respeto y un acto de
cobardía.
Sin
embargo en este momento no me interesa la educación, ni el respeto,
ni mi valentía.
Expulso
el frío y pego la mano al cuello del hombre.
Me
lo pienso mejor, no sé si quiero matar a alguien; aunque sea la
persona que destruyó mi vida.
Recuerdo
el frágil rostro de mi hermana riendo, y la imagen de ella siendo
apartada de todos nosotros se me viene a la cabeza al instante.
Observo
a mi padre, que yace en el suelo. Un mar de sangre lo rodea.
Utilizar
la magia contra alguien puede ser un acto de cobardía; pero
enfrentarse con gente desarmada y débil de esta forma, arrebatarle
su familia y asesinar a sangre fría, sin siquiera ser por protección
propia, no es un acto valiente, ni respetuoso.
Congelo
su pecho.
El
intenta apartarme la mano, pero es demasiado tarde. El frío ataca ya
su interior, el hielo se deslizará por su cuerpo, y en pocos
segundos dejará de respirar.
Me
libera, incapaz de oxigenar su cuerpo.
Miro
a mi madre. Se encuentra arrodillada, ya sin fuerzas.
Mueve
la cabeza hacia los lados, y luego me indica la salida.
Su
cara esta bañada de lágrimas, y no tardo en dejarlas fluir yo
también. Comprendo lo que dice.
No
podrá seguir después de esto.
Uno
de los hombres que la sujetaban viene hacia mi.
Observo
a mi madre desenfundar la daga de su cintura. Logra soltarse de un
brazo y con un fugas movimiento la lanza a la espalda del invasor
antes de que éste llegue a mi.
Éste
abre mucho los ojos, y cae de rodillas al piso, con la boca abierta.
Retiro la mirada, con nauseas.
Miro
a mi madre una vez más, y oigo sus voz por última vez, diciendo
solo dos palabras.
—Te
amo.
Corro.
Salgo
por la puerta y corro hacia el exterior.
Escucho
un grito proveniente de mi antigua casa, y cierro los ojos.
—Yo
también. —Murmuro.
Estoy
sola. Esta gente me ha arrebatado a mi hermana, han matado a mi padre
y a mi madre; ya no me queda nada más que amigos. Sin embargo, no es
suficiente.
Miro
a mi alrededor, todos aquí sufren lo mismo. Ven morir a sus
familiares, o los ven alejarse de sus vidas, para siempre.
Gente
sufriendo, muriendo.
Y
lo sé.
Simplemente
lo siento, esto debe acabar. Mi madre era una guerrera y una persona
sabia, conocía muy bien las cualidades de los Elementistas, aquellas
personas que tienen un extenso control sobre su elemento, y siempre
me dijo que sería uno de ellos, que tenía una capacidad de poder
mayor que los demás; que poseía un don que pocos tenían. No
obstante, siempre creí que sólo lo decía para darme ánimos.
Ahora
lo siento, el poder dentro de mí. Respiro hondo, y expulso el fresco
aire.
Miro
la aldea, mi aldea. Esa aldea en la que crecí desde pequeña, donde
viví con mi familia feliz, juntos. Donde conocí amigos. La aldea
primaveral y hermosa a la que llamo hogar.
Dejo
que los buenos recuerdos inunden mi mente, y lo hago.
El
poder resulta fácil de no controlar, con tanto dolor, soledad,
nostalgia, furia, rabia y odio. Solo fluye a partir de mi, y dejo que
se expanda, por todo Cavall.
Primero
una onda de aire helado se dispersa por el lugar, a tal velocidad que
debería resultar imposible respirar. Una tras otra. Cuatro, cuento
cuatro.
Luego,
todo queda congelado, y el frío es extremo.
Pierdo
el equilibrio, y me desmayo.
Abro
los ojos.
Palmo
mi cara, las lágrimas recorren su camino por ella como un río por
su cauce.
Recordar
se siente como si estuviera sucediendo ahora. Creo sentir la voz de
mi madre diciéndome que me ama, una vez más.
Cierro
los ojos con fuerza y otras dos lágrimas se deslizan.
—Hmm...
—me doy vuelta en un segundo y veo el rostro de una bella pero ya
mayor mujer. Es fornida y petisa. Va vestida con un amplio vestido
carmesí. —querida, lo siento. Has pasado por mucho.
Me
pregunto si me conocerá, y de repente caigo en unas cuantas cosas.
No
soy consiente de cuanto tiempo estuve aquí, tal vez no fue ayer.
Pudieron haber pasado días, o meses, mientras me encontraba aquí. Y
¿dónde es “aquí” ?
La
mujer debe de notar mi confusión.
—Sé
que tiene muchas cosas por saber, y debes de tener muchas dudas. Pero
es necesario que veas algo. —Me seco la cara y la observo. —Nadie
aquí te enseñaría esto, es confidencial, ¿me entiendes? Pero
tienes el derecho a saberlo. ¡Todos lo tienen! —suspira.— Pero
aquí las cosas son distintas ¿sabes?
Hace
una pausa para respirar y continua.
—Muy
distintas. —Mira las hojas y papeles que lleva en la mano y vuelve
a hablar. —¡Oh! Toma.
Me
entrega una serie de documentos completamente llenos de números. No
comprendo bien que es esto. Paso las hojas de a una, y empiezo a
encontrarle sentido.
—Al
parecer son los registro de algo. —deduzco.
—Así
es.
Los
números son muy grandes. Billones.
Llego
a la página 7 y leo en voz alta:
—Población
extraída de aldea Cavall. Cinco mil cuatrocientos nueve millones.
Maestros aires.
Niños:
Un cuarto del total. Jóvenes: el cuarenta y cinco por ciento.
Adultos: treinta por ciento restante. Todos extraídos de forma
correcta.
Miro
a la mujer.
—Lo
siento.
—Gra...gracias.
—Balbuceo.
Continuo
leyendo y más abajo encuentro una línea que me resulta intrigante.
—...Presencia
de un suceso extraño no percibido en otras ocasiones. Cuatro olas de
aire a 120km/h. Asfixia de soldados. Congelamiento parcial de la
aldea. Gran número de soldados del ejército Feuer caen por
enfriamiento interior, y aproximadamente el doble por asfixia. Se
desconoce el origen del suceso. Extraño hecho provoca una baja en
los ejércitos y éstos se ven obligados a retirarse...
Sonrío.
—Muy
arriesgado y peligroso, pero valiente, eso si.
—Tenía
mis razones. —me defiendo.
—Lo
sé. Tu y yo vamos a llevarnos bien. —No comprendo del todo porque
lo comenta. Pero lo dejo pasar.
Sigo
observando los papeles, y encuentro fotos. Las paso de igual forma
que los registros. Una por una. Se trata de los destrozos y pedazos
que quedaron de la aldea. Para esta gente, es una señal de triunfo.
Yo,
por mi parte no puedo evitar asociar cada lugar que veo en ellas con
recuerdos que aún viven en mi. Recuerdos que siempre guardaré, como
mi hogar.
Veo
en una de las imágenes la zona donde se encontraba mi casa. Todo
esta quemado, solo quedan cenizas. Recuerdo el rostro de mi madre, su
voz. Mi padre, su cadáver, la sangre. Mi hermana, sus lágrimas.
Siento
una puntada en el pecho, que me oprime el corazón, solo quiero
llorar. Dejar salir el dolor que me agobia.
Le
tiendo las fotos y cierro los ojos.
—Muy
amable...gracias señora.
—Mma.
Rosaire querida, —me mira tristemente—Rosaire nada más. Claro,
si quieres. No es obligación, obviamente. Ya sabes, como tu quier...
—Comprendo
Rosaire.— la interrumpo antes de que continué largando palabras
sin realizar las pausas necesarias.
—Ya.
—Sonríe.
Da
media vuelta para retirarse.
—Cariño...
—la observo, entre lágrimas— no estas sola.
Asiento.
Se
marcha y se lleva con sigo la información que acababa de
proporcionarme; y me doy cuenta que olvide consultar donde estoy.
Sin
embargo creo saber donde me encuentro.
Me
pregunto de que debió ser de mi luego de caer inconsciente, y no hay
mucha variedad de respuestas posibles.
Me
quedo sola en la habitación, con el dolor en el pecho y las imágenes
de las cenizas de mi hogar en la mente. Con la agonía y la
nostalgia, la añoranza y la soledad abrazándome.
Abro
la puerta y salgo andando por un pasillo, sin detenerme a observar
nada. Solo quiero huir.
Dejar
el peso que cargo en el corazón atrás.
Corro.
No
se hacia dónde voy, pero lejos de este dolor es a donde quiero
llegar.
Cuando
era niña solía desaparecer con mi caballo por unas horas cuando me
enfadaba, galopábamos por los campos. El correr siempre me ha
ayudado a olvidar el presente, no sentir nada más que el aire en mi
cara y la libertad.
Sin
embargo no esta vez. En mi cabeza solo aparecen recuerdos de mi
antigua vida.
Guerras
de bolas de nieve con mi hermana. Cenas familiares, todos riendo.
Peleas con mis padres. Salidas con Annabeth, mi amiga. El instituto,
compañeros.
Risas.
Los
rostros de mis seres queridos me inundan y el recordar que no volveré
a verlos, recordar que son parte de mi pasado, me destruye.
Abro
la primer puerta que encuentro y me desplomo dentro. Sin siquiera
observar dónde estoy. No me importa nada aparte de desahogarme.
Abrazo
mis rodillas, apoyo la cabeza en ellas y al final las dejo fluir.
Algo que empieza a serme familiar. El llanto.
No
tengo idea de cuanto tiempo he estado sentada aquí, pero aún sigo
llorando.
Oigo
pasos a mi espalda. No me volteo.
Controlo
la respiración de ritmo agitado que traía, y aguardo a que la
persona se valla.
Sin
embargo una mano toca mi hombro y oigo hablar al hombre que tengo
detrás.
La
imagen de mi hermana siendo arrastrada fuera de mi casa y el tacto de
una mano fuerte en mi brazo, deteniéndome, se cruzan por mi mente, y
me estremezco.
—¿Te
encuentras bien? —Repite.
No
respondo.
—No
voy a hacerte daño.
Me
tranquilizo, aunque eso ya lo sabía. Si quisiera haberme dañado ya
lo hubiera hecho.
La
persona que tengo detrás no es ese hombre que me prohibió de
movimiento y libertad
mientras
veía a mi hogar destruirse y a mi familia desintegrarse.
—Lo
se.—contesto simplemente.
—Lo
digo por tu... —miro su mano con cierta desconfianza— reacción.
—Pensé
que te irías. Cualquiera lo hubiera hecho.— respondo,
insignificante.
Solo
deseo estar a solas.
—Ya,
pero es que este es mi lugar; y no soy cualquiera. Me llamo Máximo.
Recuerdo
haber entrado sin saber en donde. Levanto la vista, al parecer es un
taller, o algo así.
—Lo
siento, ya me voy.
Comienzo
a levantarme y me dirijo a la puerta con pasos pesados. Me veo a mi
realizando la misma acción en mi casa, huyendo de allí y dejando a
mi madre sola. Enfrentándose con la muerte.
—Nada
de eso, ahora te quedas.
Lo
miro extrañada. Me niego.
—No,
gracias. Prefiero marcharme a... —no se qué decir. ¿Mi
habitación? No la tengo, ¿o sí? Opto por una respuesta no
específica —...otro lugar.
—¿A
dónde?
Me
lo pienso un segundo.
—No
sabes a donde ir, así que te quedas. —Dice antes de poder
contestar.
Me
enfado.
—Solo
quiero estar sola.—Respondo de mala gana.
El
chico me toma del brazo, sin ejercer fuerza; y esta vez no lo
confundo con aquel hombre.
Por
primera vez le miro. Es alto, unos centímetros más alto que yo. El
cabello es corto y castaño, bastante claro. Sus ojos son de un color
que no había visto antes, verde y marrón juntos, mezclados con
naranja; parecen tan vivos, que lo envidio solo por parecer feliz.
Se
que es un sentimiento egoísta, y aparto la idea rápidamente.
Estoy
a punto de reiterarle que en realidad deseo irme, cuando habla.
—Creo
que tienes varias dudas.
Asiento,
ahora más curiosa.
—Puedo
responder algunas. Las necesarias.
Vacilo.
Sé
lo que esta haciendo, pero aún así...
Me
conduce a la puerta trasera del taller. Accedo finalmente.
Dentro
todo esta oscuro.
—Espera
un segundo.—Me pide.
Avanza
hacia el interior y enciende un interruptor.
No
se muy bien si confiar en el, pero me quedo. Quiero respuestas, aún
siendo ellas un soborno para quedarme.
La
débil luz del centro de la habitación se enciende, y deja al
descubierto una gran colección de objetos.
Las
paredes están cubiertas de repisas, donde reposan libros de todos
los tamaños y algunas fotos.
En
la mesa del medio pequeños objetos se encuentran esparcidos.
Me
acerco.
Un
pequeño objeto llama mi atención.
Un
espiral cian, un dije, brilla al llegarle la luz.
Lo
tomo y cierro la mano en torno a el.
—Representa
tu elemento.
Lo
miro.
—Soy
maestra agua. —informo al chico.
El
asiente.
—¿Cómo
lo sabes?
—No
sabes esto, pero ya nos conocemos. —hace una pausa, respira hondo y
vuelve a hablar. Como si le costara— Estas en el Silánoe, rumbo a
Feuer.
***
Camino
por los pasillos que recorrí hace ya algunas horas.
Las
paredes de metal me dan la sensación de encierro, y de ellas no
cuelgan cuadros ni adornos que puedan negarlo.
Cada
cierta distancia, pequeños candelabros alumbran el camino. La luz de
las velas no alcanza hasta la llegada de el otro candelabro, y, al
pasar por las zonas de oscuridad entre uno y otro, un escalofrío me
recorre la espina dorsal.
Aún
sigo creyendo estar prisionera de Evalla. Tengo la sensación de
estar en un engaño, y pienso que en cualquier instante saldrá un
soldado y se me llevará de aquí.
A
pesar de que Máximo me explicó lo que necesitaba saber, me resulta
difícil asimilarlo.
Mientras
estuvimos dentro de taller, me contó que, en realidad, él me
encontró inconsistente antes que los soldados.
Vio
los catástrofes que realizaba el ejército, y me sacó de allí.
No
pregunté porque lo hizo, solo agradecí su gesto. Tuve suerte, y
gracias a el me encuentro
a
salvo...o algo así.
Me
trajo a bordo del Silánoe y me refugió en un camarote.
Me
encontraba en un estado peligroso, según el; -aunque yo me sentía
en el limbo, entre la muerte y la vida- y me dejó al cuidado de Mme.
Rosaire. Debe de confiar mucho en ella, y no me sorprende, parece ser
una excelente persona.
Cuando
pregunté por el tiempo que pasé allí, pareció dudarlo. Pasado un
minuto me
contestó.
Permanecí
recostada en una cama durante 4 días.
No
lo podía creer.
Finalmente
me explicó que debo circular con cuidado por el barco, ya que
Kassaik esta de
caza.
Y yo soy su presa principal. No tengo idea de quién sea ese tal
Kassaik, pero tampoco es que quiera conocerlo.
Me
indicó el camino que lleva a la habitación donde permaneceré por
el tiempo necesario y nos despedimos.
No
obstante, no logro quitar de mi cabeza sus palabras:
«Kassaik
está de caza, y tu eres su presa principal; pero por ahora puedes
quedarte en la habitación. Hasta que te vallas.»
¿Que
me valla? ¿A dónde? No tengo un hogar, ni familia.
No
me queda nada, y sin ser aquí, no tengo otra idea de a dónde pueda
irme. No sé donde me alojaría si no fuera en este barco, o en la
Nación del Fuego.
Estoy
perdida en el mundo, sola y aún con demasiadas interrogantes como
para saber que debo hacer.
Creía
poder continuar con mi vida aquí, aún corriendo peligro. Pero por
lo visto, no es así.
Agotada,
caigo en la cama, sin saber bien cuando encontré la habitación.
No
espero dormirme, con tanto dolor y recuerdos, y ahora con
preocupaciones... no creo que pueda conciliar el sueño.
Sin
embargo los párpados comienzan a pesarme, y cada vez me es más
difícil mantenerme despierta.
Al
final, me dejo llevar.
Corro.
El
frío recorre todo mi cuerpo y ya apenas siento las extremidades.
Observo mis manos, están rojas del frío y en ellas se manifiestan
las quemaduras provocadas por éste.
El
corazón me late desesperadamente.
No
se hacia dónde corro, pero sé que escapo de alguien.
Miro
hacia atrás, una figura negra avanza a gran velocidad hacia mi, su
capa del mismo color se agita con el viento.
Vuelvo
la vista al frente y la veo.
Allí
parada de pie, está mi madre.
Siempre
fue bella, pero esta vez se encuentra en su mejor aspecto.
Reluciente,
con la alegría reflejada en el rostro. Llevaba su vestido blanco, el
que usaba siempre que tenía ocasión. Era su preferido.
—¡¡Mamá!!
—Le grito feliz.
Enlentezco
el paso.
A
su lado diviso a mi hermana. Da vueltas al rededor de mi madre, cómo
solía hacer antes. Sonríen.
—Lezz...
Oigo
el susurro de mi madre.
Camino
hacia ellas.
Entonces
recuerdo que huyo de alguien, y miro hacia atrás.
El
hombre está a punto de alcanzarme, cuando mi padre se interpone
entre el y yo. Él no esta feliz, pero si decidido. Decidido a
proteger a su hija, a protegerme.
Miro
a mi hermana y mi madre, veo la tristeza en sus caras.
Oigo
el disparo.
Me
despierto entre jadeos.
Una
pesadilla. Fue solo una pesadilla.
Recuerdo
los vivos rostros de mis familiares. Parecían tan...reales.
El
llanto llega inmediatamente.
Se
abre la puerta y Rosaire entra por ella.
Sin
decir palabra, se sienta en la cama.
—Tranquila
cariño, todo esta bien.
La
miro a los ojos entre lágrimas.
Se
acerca más a mí, y deja que apoye la cabeza en su pecho.
—Todo
esta bien, —repite— solo fue un sueño.
Me
quedo allí, hasta que dejo de sollozar.
Me
aparto de ella, ya más tranquila.
Me
siento avergonzada por la situación, y me sube el color rojo a las
mejillas.
—Rosa...
—Anda
cariño. ¡Arriba, —me interrumpe con una sonrisa— hace un día
estupendo!
Abre
las cortinas de la habitación de una forma extraña, sospecho que
intenta quitarme una risa.
Aprecio
eso.
Me
tomo un momento para respirar hondo y dejar las penas y
preocupaciones aun lado.
Salgo
de la cama.
Me
dirijo hacia Rosaire y la abrazo.
—Gracias
Rosaire.
Ella
sonríe y me devuelve el abrazo.
—No
hay de qué. Siempre se empieza acompañado.
No
estoy segura de haber entendido esas palabras, no obstante, no
interrumpo el momento.
Recuerdo
que Máximo me contó la pérdida de Rosaire, pobre mujer. No
obstante, se muestra
cariñosa
con todos, y es una dulzura.
No
dudo de ella, y sé que siempre estará allí, ofreciendo ayuda.
Hoy
es un día muy importante, el capitán del Silánoe ya solicitó
permiso de ingreso al
puerto.
Pronto atracaremos en Feuer.
Debo
ir con precaución.
Máximo
dijo que me reuniera con el al mediodía. Controlo el reloj, aún
tengo una hora de espera.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSeguilo, me gusta mucho como escribis.
ResponderEliminarGraciassssss :D Ayer terminé el capítulo, ya lo subo ;)
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