viernes, 21 de noviembre de 2014

Capítulo 2


A pedido de Camila Castex.... :)

CAPÍTULO 2
LEZZLIE
Pesadillas reales

Me levanto en la mañana en una habitación desconocida.
Me siento mareada, y empiezo a recordar que ayer no fue un día normal.
Recuerdo disparos y gritos en el exterior.
Me tapo los oídos, como si eso pudiera evitar que halla pasado.
Aprieto los ojos con fuerza.
Estoy en mi casa, en el primer piso oigo golpes. Muebles que se quiebran y gritos, gritos que empiezo a reconocer.
Bajo corriendo las escaleras, y la veo.
Mi hermana.
Un hombre alto y fuerte la arrastra hacia fuera. Va armado.
Mi madre grita e intenta ir a por ella, pero es imposible. Dos hombres mas la sujetan.
Empiezo a gritar.
¿¡Qué hacen!? Suéltenla. ¡Dejadla!
Corro hacia ella.
Sin embargo no logró avanzar mucho, una mano fuerte me coge del brazo y me impide llegar hasta Karoline.
Mi hermana menor es arrastrada, veo sus ojos celestes hinchados. Su rostro marcado por el llanto.
Es tan solo una niña.
Me agito desesperadamente. Tengo que ayudarla.
El rostro del hombre queda al descubierto y observo la gran cicatriz que recorre su perfil derecho, finalmente la puerta se cierra detrás de mi hermana, y ya no vuelvo a verla más.
Me escurro entre los grandes brazos del hombre que me sostiene y me lanzo hacia la puerta.
Unos de los tipos que sujetaban a mi madre me coge por la cintura fuertemente.
¡¡Suéltame!!
Solo oigo gritos.
Me pongo frenética y comienzo a gritar yo también.
Siento un disparo que me paraliza, y diviso una figura caer pesadamente al suelo.
Se me detiene el corazón. Mi padre. Es mi padre.
Mi madre grita.
Grito.
Las lágrimas caen por todo mi rostro. El hombre que me sujeta me hace daño; no me importa, ya no.
Siento el dolor en el pecho, se extiende hasta dejarme congelada. Mi padre.
Sin embargo, no dejo que la agonía me invada. Pronto esos sentimientos ya no existen, y estoy decidida a una cosa. Solo una.
Mi madre aún continua gritando. Yo no. Ya no lo hago.
Estiro un brazo y palmo el pecho del hombre que tengo detrás, ese hombre que me impidió ir en busca de mi hermana. Ese hombre que mató a mi padre.
Ese hombre que destruyó mi familia.
Soy consiente de que esto no es solo obra de él, pero es con quien desquito mi rabia, mi furia, mi dolor.
Lo miro, y dejo fluir el poder.
Lezz, no. —Mi madre suena tranquila. Normal. Pero no lo esta, perdió a su hija pequeña, y vio morir a su marido. Al padre de sus hijas. Al hombre que ama. —No lo hagas.
Lo siento. —Las lágrimas amenazan con volver a salir y las retengo.
Siento bajar la temperatura de mi mano. Se enfría cada segundo más y más.
No se nos enseña a utilizar la magia así, nos educan desde pequeños con un lema.
La magia es mejor herramienta si se utiliza con inteligencia. Se utiliza de forma pacífica. No como arma”
Nos enseñaron que atacar con magia es una falta de respeto y un acto de cobardía.
Sin embargo en este momento no me interesa la educación, ni el respeto, ni mi valentía.
Expulso el frío y pego la mano al cuello del hombre.
Me lo pienso mejor, no sé si quiero matar a alguien; aunque sea la persona que destruyó mi vida.
Recuerdo el frágil rostro de mi hermana riendo, y la imagen de ella siendo apartada de todos nosotros se me viene a la cabeza al instante.
Observo a mi padre, que yace en el suelo. Un mar de sangre lo rodea.
Utilizar la magia contra alguien puede ser un acto de cobardía; pero enfrentarse con gente desarmada y débil de esta forma, arrebatarle su familia y asesinar a sangre fría, sin siquiera ser por protección propia, no es un acto valiente, ni respetuoso.
Congelo su pecho.
El intenta apartarme la mano, pero es demasiado tarde. El frío ataca ya su interior, el hielo se deslizará por su cuerpo, y en pocos segundos dejará de respirar.
Me libera, incapaz de oxigenar su cuerpo.
Miro a mi madre. Se encuentra arrodillada, ya sin fuerzas.
Mueve la cabeza hacia los lados, y luego me indica la salida.
Su cara esta bañada de lágrimas, y no tardo en dejarlas fluir yo también. Comprendo lo que dice.
No podrá seguir después de esto.
Uno de los hombres que la sujetaban viene hacia mi.
Observo a mi madre desenfundar la daga de su cintura. Logra soltarse de un brazo y con un fugas movimiento la lanza a la espalda del invasor antes de que éste llegue a mi.
Éste abre mucho los ojos, y cae de rodillas al piso, con la boca abierta. Retiro la mirada, con nauseas.
Miro a mi madre una vez más, y oigo sus voz por última vez, diciendo solo dos palabras.
Te amo.
Corro.
Salgo por la puerta y corro hacia el exterior.
Escucho un grito proveniente de mi antigua casa, y cierro los ojos.
Yo también. —Murmuro.
Estoy sola. Esta gente me ha arrebatado a mi hermana, han matado a mi padre y a mi madre; ya no me queda nada más que amigos. Sin embargo, no es suficiente.
Miro a mi alrededor, todos aquí sufren lo mismo. Ven morir a sus familiares, o los ven alejarse de sus vidas, para siempre.
Gente sufriendo, muriendo.
Y lo sé.
Simplemente lo siento, esto debe acabar. Mi madre era una guerrera y una persona sabia, conocía muy bien las cualidades de los Elementistas, aquellas personas que tienen un extenso control sobre su elemento, y siempre me dijo que sería uno de ellos, que tenía una capacidad de poder mayor que los demás; que poseía un don que pocos tenían. No obstante, siempre creí que sólo lo decía para darme ánimos.
Ahora lo siento, el poder dentro de mí. Respiro hondo, y expulso el fresco aire.
Miro la aldea, mi aldea. Esa aldea en la que crecí desde pequeña, donde viví con mi familia feliz, juntos. Donde conocí amigos. La aldea primaveral y hermosa a la que llamo hogar.
Dejo que los buenos recuerdos inunden mi mente, y lo hago.
El poder resulta fácil de no controlar, con tanto dolor, soledad, nostalgia, furia, rabia y odio. Solo fluye a partir de mi, y dejo que se expanda, por todo Cavall.
Primero una onda de aire helado se dispersa por el lugar, a tal velocidad que debería resultar imposible respirar. Una tras otra. Cuatro, cuento cuatro.
Luego, todo queda congelado, y el frío es extremo.
Pierdo el equilibrio, y me desmayo.

Abro los ojos.
Palmo mi cara, las lágrimas recorren su camino por ella como un río por su cauce.
Recordar se siente como si estuviera sucediendo ahora. Creo sentir la voz de mi madre diciéndome que me ama, una vez más.
Cierro los ojos con fuerza y otras dos lágrimas se deslizan.

Hmm... —me doy vuelta en un segundo y veo el rostro de una bella pero ya mayor mujer. Es fornida y petisa. Va vestida con un amplio vestido carmesí. —querida, lo siento. Has pasado por mucho.
Me pregunto si me conocerá, y de repente caigo en unas cuantas cosas.
No soy consiente de cuanto tiempo estuve aquí, tal vez no fue ayer. Pudieron haber pasado días, o meses, mientras me encontraba aquí. Y ¿dónde es “aquí” ?
La mujer debe de notar mi confusión.
Sé que tiene muchas cosas por saber, y debes de tener muchas dudas. Pero es necesario que veas algo. —Me seco la cara y la observo. —Nadie aquí te enseñaría esto, es confidencial, ¿me entiendes? Pero tienes el derecho a saberlo. ¡Todos lo tienen! —suspira.— Pero aquí las cosas son distintas ¿sabes?
Hace una pausa para respirar y continua.
Muy distintas. —Mira las hojas y papeles que lleva en la mano y vuelve a hablar. —¡Oh! Toma.
Me entrega una serie de documentos completamente llenos de números. No comprendo bien que es esto. Paso las hojas de a una, y empiezo a encontrarle sentido.
Al parecer son los registro de algo. —deduzco.
Así es.
Los números son muy grandes. Billones.
Llego a la página 7 y leo en voz alta:
Población extraída de aldea Cavall. Cinco mil cuatrocientos nueve millones. Maestros aires.
Niños: Un cuarto del total. Jóvenes: el cuarenta y cinco por ciento. Adultos: treinta por ciento restante. Todos extraídos de forma correcta.
Miro a la mujer.
Lo siento.
Gra...gracias. —Balbuceo.
Continuo leyendo y más abajo encuentro una línea que me resulta intrigante.
...Presencia de un suceso extraño no percibido en otras ocasiones. Cuatro olas de aire a 120km/h. Asfixia de soldados. Congelamiento parcial de la aldea. Gran número de soldados del ejército Feuer caen por enfriamiento interior, y aproximadamente el doble por asfixia. Se desconoce el origen del suceso. Extraño hecho provoca una baja en los ejércitos y éstos se ven obligados a retirarse...
Sonrío.
Muy arriesgado y peligroso, pero valiente, eso si.
Tenía mis razones. —me defiendo.
Lo sé. Tu y yo vamos a llevarnos bien. —No comprendo del todo porque lo comenta. Pero lo dejo pasar.
Sigo observando los papeles, y encuentro fotos. Las paso de igual forma que los registros. Una por una. Se trata de los destrozos y pedazos que quedaron de la aldea. Para esta gente, es una señal de triunfo.
Yo, por mi parte no puedo evitar asociar cada lugar que veo en ellas con recuerdos que aún viven en mi. Recuerdos que siempre guardaré, como mi hogar.
Veo en una de las imágenes la zona donde se encontraba mi casa. Todo esta quemado, solo quedan cenizas. Recuerdo el rostro de mi madre, su voz. Mi padre, su cadáver, la sangre. Mi hermana, sus lágrimas.
Siento una puntada en el pecho, que me oprime el corazón, solo quiero llorar. Dejar salir el dolor que me agobia.
Le tiendo las fotos y cierro los ojos.
Muy amable...gracias señora.
Mma. Rosaire querida, —me mira tristemente—Rosaire nada más. Claro, si quieres. No es obligación, obviamente. Ya sabes, como tu quier...
Comprendo Rosaire.— la interrumpo antes de que continué largando palabras sin realizar las pausas necesarias.
Ya. —Sonríe.
Da media vuelta para retirarse.
Cariño... —la observo, entre lágrimas— no estas sola.
Asiento.
Se marcha y se lleva con sigo la información que acababa de proporcionarme; y me doy cuenta que olvide consultar donde estoy.
Sin embargo creo saber donde me encuentro.
Me pregunto de que debió ser de mi luego de caer inconsciente, y no hay mucha variedad de respuestas posibles.
Me quedo sola en la habitación, con el dolor en el pecho y las imágenes de las cenizas de mi hogar en la mente. Con la agonía y la nostalgia, la añoranza y la soledad abrazándome.
Abro la puerta y salgo andando por un pasillo, sin detenerme a observar nada. Solo quiero huir.
Dejar el peso que cargo en el corazón atrás.
Corro.
No se hacia dónde voy, pero lejos de este dolor es a donde quiero llegar.
Cuando era niña solía desaparecer con mi caballo por unas horas cuando me enfadaba, galopábamos por los campos. El correr siempre me ha ayudado a olvidar el presente, no sentir nada más que el aire en mi cara y la libertad.
Sin embargo no esta vez. En mi cabeza solo aparecen recuerdos de mi antigua vida.
Guerras de bolas de nieve con mi hermana. Cenas familiares, todos riendo. Peleas con mis padres. Salidas con Annabeth, mi amiga. El instituto, compañeros.
Risas.
Los rostros de mis seres queridos me inundan y el recordar que no volveré a verlos, recordar que son parte de mi pasado, me destruye.
Abro la primer puerta que encuentro y me desplomo dentro. Sin siquiera observar dónde estoy. No me importa nada aparte de desahogarme.
Abrazo mis rodillas, apoyo la cabeza en ellas y al final las dejo fluir. Algo que empieza a serme familiar. El llanto.


No tengo idea de cuanto tiempo he estado sentada aquí, pero aún sigo llorando.
Oigo pasos a mi espalda. No me volteo.
Controlo la respiración de ritmo agitado que traía, y aguardo a que la persona se valla.
Sin embargo una mano toca mi hombro y oigo hablar al hombre que tengo detrás.
La imagen de mi hermana siendo arrastrada fuera de mi casa y el tacto de una mano fuerte en mi brazo, deteniéndome, se cruzan por mi mente, y me estremezco.
¿Te encuentras bien? —Repite.
No respondo.
No voy a hacerte daño.
Me tranquilizo, aunque eso ya lo sabía. Si quisiera haberme dañado ya lo hubiera hecho.
La persona que tengo detrás no es ese hombre que me prohibió de movimiento y libertad
mientras veía a mi hogar destruirse y a mi familia desintegrarse.
Lo se.—contesto simplemente.
Lo digo por tu... —miro su mano con cierta desconfianza— reacción.
Pensé que te irías. Cualquiera lo hubiera hecho.— respondo, insignificante.
Solo deseo estar a solas.
Ya, pero es que este es mi lugar; y no soy cualquiera. Me llamo Máximo.
Recuerdo haber entrado sin saber en donde. Levanto la vista, al parecer es un taller, o algo así.
Lo siento, ya me voy.
Comienzo a levantarme y me dirijo a la puerta con pasos pesados. Me veo a mi realizando la misma acción en mi casa, huyendo de allí y dejando a mi madre sola. Enfrentándose con la muerte.
Nada de eso, ahora te quedas.
Lo miro extrañada. Me niego.
No, gracias. Prefiero marcharme a... —no se qué decir. ¿Mi habitación? No la tengo, ¿o sí? Opto por una respuesta no específica —...otro lugar.
¿A dónde?
Me lo pienso un segundo.
No sabes a donde ir, así que te quedas. —Dice antes de poder contestar.
Me enfado.
Solo quiero estar sola.—Respondo de mala gana.
El chico me toma del brazo, sin ejercer fuerza; y esta vez no lo confundo con aquel hombre.
Por primera vez le miro. Es alto, unos centímetros más alto que yo. El cabello es corto y castaño, bastante claro. Sus ojos son de un color que no había visto antes, verde y marrón juntos, mezclados con naranja; parecen tan vivos, que lo envidio solo por parecer feliz.
Se que es un sentimiento egoísta, y aparto la idea rápidamente.
Estoy a punto de reiterarle que en realidad deseo irme, cuando habla.
Creo que tienes varias dudas.
Asiento, ahora más curiosa.
Puedo responder algunas. Las necesarias.
Vacilo.
Sé lo que esta haciendo, pero aún así...
Me conduce a la puerta trasera del taller. Accedo finalmente.

Dentro todo esta oscuro.
Espera un segundo.—Me pide.
Avanza hacia el interior y enciende un interruptor.
No se muy bien si confiar en el, pero me quedo. Quiero respuestas, aún siendo ellas un soborno para quedarme.
La débil luz del centro de la habitación se enciende, y deja al descubierto una gran colección de objetos.
Las paredes están cubiertas de repisas, donde reposan libros de todos los tamaños y algunas fotos.
En la mesa del medio pequeños objetos se encuentran esparcidos.
Me acerco.
Un pequeño objeto llama mi atención.
Un espiral cian, un dije, brilla al llegarle la luz.
Lo tomo y cierro la mano en torno a el.
Representa tu elemento.
Lo miro.
Soy maestra agua. —informo al chico.
El asiente.
¿Cómo lo sabes?
No sabes esto, pero ya nos conocemos. —hace una pausa, respira hondo y vuelve a hablar. Como si le costara— Estas en el Silánoe, rumbo a Feuer.

***

Camino por los pasillos que recorrí hace ya algunas horas.
Las paredes de metal me dan la sensación de encierro, y de ellas no cuelgan cuadros ni adornos que puedan negarlo.
Cada cierta distancia, pequeños candelabros alumbran el camino. La luz de las velas no alcanza hasta la llegada de el otro candelabro, y, al pasar por las zonas de oscuridad entre uno y otro, un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Aún sigo creyendo estar prisionera de Evalla. Tengo la sensación de estar en un engaño, y pienso que en cualquier instante saldrá un soldado y se me llevará de aquí.
A pesar de que Máximo me explicó lo que necesitaba saber, me resulta difícil asimilarlo.
Mientras estuvimos dentro de taller, me contó que, en realidad, él me encontró inconsistente antes que los soldados.
Vio los catástrofes que realizaba el ejército, y me sacó de allí.
No pregunté porque lo hizo, solo agradecí su gesto. Tuve suerte, y gracias a el me encuentro
a salvo...o algo así.
Me trajo a bordo del Silánoe y me refugió en un camarote.
Me encontraba en un estado peligroso, según el; -aunque yo me sentía en el limbo, entre la muerte y la vida- y me dejó al cuidado de Mme. Rosaire. Debe de confiar mucho en ella, y no me sorprende, parece ser una excelente persona.
Cuando pregunté por el tiempo que pasé allí, pareció dudarlo. Pasado un minuto me
contestó.
Permanecí recostada en una cama durante 4 días.
No lo podía creer.
Finalmente me explicó que debo circular con cuidado por el barco, ya que Kassaik esta de
caza. Y yo soy su presa principal. No tengo idea de quién sea ese tal Kassaik, pero tampoco es que quiera conocerlo.
Me indicó el camino que lleva a la habitación donde permaneceré por el tiempo necesario y nos despedimos.
No obstante, no logro quitar de mi cabeza sus palabras:
«Kassaik está de caza, y tu eres su presa principal; pero por ahora puedes quedarte en la habitación. Hasta que te vallas.»
¿Que me valla? ¿A dónde? No tengo un hogar, ni familia.
No me queda nada, y sin ser aquí, no tengo otra idea de a dónde pueda irme. No sé donde me alojaría si no fuera en este barco, o en la Nación del Fuego.
Estoy perdida en el mundo, sola y aún con demasiadas interrogantes como para saber que debo hacer.
Creía poder continuar con mi vida aquí, aún corriendo peligro. Pero por lo visto, no es así.
Agotada, caigo en la cama, sin saber bien cuando encontré la habitación.
No espero dormirme, con tanto dolor y recuerdos, y ahora con preocupaciones... no creo que pueda conciliar el sueño.
Sin embargo los párpados comienzan a pesarme, y cada vez me es más difícil mantenerme despierta.
Al final, me dejo llevar.

Corro.
El frío recorre todo mi cuerpo y ya apenas siento las extremidades. Observo mis manos, están rojas del frío y en ellas se manifiestan las quemaduras provocadas por éste.
El corazón me late desesperadamente.
No se hacia dónde corro, pero sé que escapo de alguien.
Miro hacia atrás, una figura negra avanza a gran velocidad hacia mi, su capa del mismo color se agita con el viento.
Vuelvo la vista al frente y la veo.
Allí parada de pie, está mi madre.
Siempre fue bella, pero esta vez se encuentra en su mejor aspecto.
Reluciente, con la alegría reflejada en el rostro. Llevaba su vestido blanco, el que usaba siempre que tenía ocasión. Era su preferido.
¡¡Mamá!! —Le grito feliz.
Enlentezco el paso.
A su lado diviso a mi hermana. Da vueltas al rededor de mi madre, cómo solía hacer antes. Sonríen.
Lezz...
Oigo el susurro de mi madre.
Camino hacia ellas.
Entonces recuerdo que huyo de alguien, y miro hacia atrás.
El hombre está a punto de alcanzarme, cuando mi padre se interpone entre el y yo. Él no esta feliz, pero si decidido. Decidido a proteger a su hija, a protegerme.
Miro a mi hermana y mi madre, veo la tristeza en sus caras.
Oigo el disparo.
Me despierto entre jadeos.
Una pesadilla. Fue solo una pesadilla.
Recuerdo los vivos rostros de mis familiares. Parecían tan...reales.
El llanto llega inmediatamente.
Se abre la puerta y Rosaire entra por ella.
Sin decir palabra, se sienta en la cama.
Tranquila cariño, todo esta bien.
La miro a los ojos entre lágrimas.
Se acerca más a mí, y deja que apoye la cabeza en su pecho.
Todo esta bien, —repite— solo fue un sueño.
Me quedo allí, hasta que dejo de sollozar.
Me aparto de ella, ya más tranquila.
Me siento avergonzada por la situación, y me sube el color rojo a las mejillas.
Rosa...
Anda cariño. ¡Arriba, —me interrumpe con una sonrisa— hace un día estupendo!
Abre las cortinas de la habitación de una forma extraña, sospecho que intenta quitarme una risa.
Aprecio eso.
Me tomo un momento para respirar hondo y dejar las penas y preocupaciones aun lado.
Salgo de la cama.
Me dirijo hacia Rosaire y la abrazo.
Gracias Rosaire.
Ella sonríe y me devuelve el abrazo.
No hay de qué. Siempre se empieza acompañado.
No estoy segura de haber entendido esas palabras, no obstante, no interrumpo el momento.
Recuerdo que Máximo me contó la pérdida de Rosaire, pobre mujer. No obstante, se muestra
cariñosa con todos, y es una dulzura.
No dudo de ella, y sé que siempre estará allí, ofreciendo ayuda.

Hoy es un día muy importante, el capitán del Silánoe ya solicitó permiso de ingreso al
puerto. Pronto atracaremos en Feuer.
Debo ir con precaución.
Máximo dijo que me reuniera con el al mediodía. Controlo el reloj, aún tengo una hora de espera.

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Lo estoy siguiendo...

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