viernes, 2 de enero de 2015

Fragmento


En esta entrada les comparto un fragmento que escribí en un momento de inspiración.  Más tarde veré dónde lo ubico y a que historia pertenecerá.

Las gotas golpeaban con fuerza el techo de chapa, y al salir fuera del cobijo de la acogedora casa observé las pequeñas marcas de agua en la vereda. El olor a tierra mojada comenzó a inundar el ambiente. Dirigí mi mirada al cielo, nunca las había visto así, avanzando tan rápidamente, devorándose el cielo azul. Las nubes se movían como si realmente estuvieran vivas, era algo inimaginable. De a momentos rugían como un furioso animal, el sonido se extendía como en un campo abierto. El viento inició azotando de a poco el lugar y en segundos se manifestó con su total furor. Todo cuanto estuviera a su alcance se agitaba con violencia, las copas de los altos árboles se cimbreaban fuertemente y el ruido de las hojas al moverse se superpuso, oyéndose como constantes murmullos.
Corrí descalza por la hierba mojada hacia el pequeño establo situado al fondo del terreno que se erguía débilmente allí. Lo había construido mi padre cuando nos mudamos aquí hacia ya años, con el paso del tiempo se había ido deteriorando pero tarde o temprano él siempre lograba reforzarlo. Ese establo aguantaba grandes tormentas y vientos, nada lo destruía. No obstante, al morir mi padre, el viejo edificio quedó abandonado, a su merced, y tanto él como mi hermana y yo, sentimos su ausencia.
Sentí en cada paso el golpe del agua fría cayendo sobre mi cuerpo y las tenues punzadas en los pies al avanzar apresurada por las piedras del sendero maltrecho. Al llegar al viejo portón del establo, me sitúe a la intemperie permitiendo a la lluvia mojarme mientras observaba las nubes grises moverse con apuro hacia el Este, permanecí de tal forma varios minutos. Los sucesos lograban cautivarme y no podía dejar de sorprenderme con ellos, con las nubes. Casi parecía algo sobrenatural.
El viento empeoró aún más y el establo crujió. Cerré los ojos apenada. No aguantará mucho más. Era verdad, no creía posible que el edificio sobreviviera a aquella noche, no en su estado. Aún te necesitábamos papá. Todos.
Arrastré el pesado portón con violentas sacudidas, triando desde la tranca hacia adentro. La madera raspó el piso, cómo acostumbraba a hacer y finalmente logré trabarlo.
Recorrí el camino devuelta hacia la casa mientras repasaba cada sonido y movimiento natural. Quería conservarlo todo, registrar ese momento en mi mente con cada uno de los detalles. No lograba explicarme por qué, pero lo deseaba.
Cerré de un portazo y me deshice de las prendas empapadas, colgué la capa de cuero bordó en el perchero y me deslicé hacia el fuego.
En la cocina Ciana preparaba alguna receta magnífica de las que le había enseñado nuestra madre.
    —¿Está todo bien? —Pregunté.
    —Seguro. ¿Y el establo?
    —Bien, lo he trancado, pero no creo que aguante mucho más...
    —No digas eso. —Me regañó.— Papá se esforzaba mucho por ese lugar, debe permanecer
    en buenas condiciones. —Ciana tranquilizó su expresión y habló tristemente.
    —Ciana, papá cuidaba de él. ¿Qué podemos hacer nosotras? demás, las dos sabemos que esta...
    —¡Debe resistir! —Me interrumpió.
    —Ciana...
    —Si tu no quieres cuidarlo, entonces yo lo haré. Pero no voy a permitir que lo piérdamos. Cuidaré de él. —Su tono de voz era ahora autoritaria.
    —Si ni siquiera te agradaba ese lugar, detestabas los caballos y el olor que se te impregnaba en la ropa. —La acusé.
    —Debes entender, es lo único que nos queda de él. Si estuviese vivo, él querría que el establo permaneciera en pie.
    —¡Pero no lo está! Entiende tú Ciana, él no volverá, papá no volverá. Se ha ido.
Los ojos se le cubrieron de lágrimas y una de ellas resbaló, sin poder contenerla, por su megilla. Ciana y yo teníamos cinco años de diferencia. Con tan solo catorce, aún no asimilaba la idea de haber perdido a su padre de un día al otro.
Aunque no me lo digera e intentara aparentar fortaleza y seguridad, yo sabía muy bien que aún albergaba la esperanza de verlo entrar por la puerta despues del trabajo y que, por las noches, lloraba a escondidas mientras pedía por favor volver a verlo.
A la hora de comer, cada uno de los días de la semana, colocaba un plato de sobra, esperándo que él llegara, encendía el televisor en el canal que nuestro padre siempre miraba, fingiendo estar viviendo un día normal.
Había comenzado a sobrellevar aquello bastante bien, había incluso logrado acostumbrarme a tener que oír aquel dichoso programa cada día. Pero no podía seguir fingiendo que no sucedía nada, la situación era tan ireal que dolía. Esperar a alguien que jamás llegaría.
Los sierto es que parecía que en verdad estaba allí, sentado junto a nosotras, charlando y preguntándonos sobre nuestras vidas, pero no era así, yo lo sabía, aquel deseo no iba a cumplirse, y él ya no regresaría. Dolía demasiado.
Se ha ido. No dejaba de repetirme aquellas tres palabras cada día a la misma hora, sin embargo, no parecía así. Ciana lograba crear la atmósfera necesaria para poder dudar de tal afirmación; pero tarde o temprano siempre lo recordaba. Muerto. Está muerto.
Ya no podía tolerar esa situación, fingir que nada pasaba. Ya no lo soportaba. Ciana debía comprenderlo, él no volvería. Estabamos solas y debíamos vivir por nosotras y nada más. Dependía de nosotras nuestro destino, y con falsas esperanzas, no era una buena forma de empezarlo. Quizás aúno no lograba separarse de él, pero debía hacerlo.
    —Déjalo ir Ciana. Déjalo.
    —No...no puedo. No quiero olvidarlo.
La abracé con fuerza. Notaba el miedo y el dolor en su voz.
    —Y no lo harás, no tienes por qué. Solo debes dejar de engañarte. —Suspiré— Escucha Ciana, yo también lo quería, lo quiero, pero sé que no volverá y lo acepto. No puedes vivir esperándole, no llegarás a nada.
    —¿Y no te duele?
    —Claro que sí. Pero estamos solas Ciana, nuestras vidas dependen de nosotras y el esperar a que él regrese no va a ayudarnos, sino el estar juntas cada día. Tenemos que seguir adelante, pero no así. Comprende Ciana, no va a regresar.
Tal vez fui demasiado dura, pero ya no lo soportaba más. Lo que Ciana hacía, me causaba dolor a mi también. El contraste del ambiente con su ausencia me estaba atacando de a poco.
Más lágrimas bajaron por su rostro, y como si fueran contagiosas, pronto mi visión se volvió borrosa y las lágrimas jugaron carreras por el mío.
Ella me abrazó.
    —Te quiero.
    —Yo también.

2 comentarios:

  1. Me encanta. Muy bonito♡

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    1. Gracias :3 Y perdón por la demora, es que al final, uno termina abandonando aquello que nunca recibió la importancia que le hubiera gustado :P

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